Celeste.
Nuevo día, nuevo entrenamiento para mí.
Me senté a descansar en un tronco que se había vuelto mi silla favorita, porque ya había corrido el circuito por más de veinte minutos sin parar y en mi forma de loba también.
Bebí un gran sorbo de agua y jadeé.
Kael estaba sentado en una piedra, mirando el río y perdido en sus pensamientos. Desde que un grupo inferior de vampiros atacó a la manada, él empezó a comportarse extraño.
Algo le preocupaba.
—¿Estás bien? ¿Ya me vas a decir qué ocurrió? —interrogué.
Agarró una piedra pequeña y la lanzó con fuerza.
Literalmente me ignoró.
Rodé los ojos.
—Tierra llamando a Kael —Alcé más la voz—. Te estoy hablando.
Recién volvió a verme y tenía la mirada perdida.
—¿Ya descansaste? —preguntó.
—¡No escuchaste lo que te dije! —me quejé, frustrada.
—De hecho, hay algo de lo que tenemos que hablar.
—¿Ahora te das cuenta? —Alcé una ceja, cruzada de brazos—. Desde que atacaron los vampiros andas en el limbo.
Kael se levantó con lentitud