La tarde caía lentamente sobre la ciudad, pintando el cielo con tonos dorados y naranjas, mientras las luces de los edificios comenzaban a encenderse una a una. En el despacho privado de Eva, el ambiente era distinto. La luz que entraba por las cortinas era tenue, melancólica. Como si el día supiera que esa conversación marcaría un antes y un después.
Eva estaba de pie junto a la ventana, su figura recortada contra el reflejo del vidrio. Tenía los brazos cruzados, el ceño fruncido y la respiración contenida. Sabía que Alejandro llegaría en cualquier momento. Y sabía también que, una vez que comenzaran a hablar, nada volvería a ser igual.
El timbre de la puerta la sobresaltó. Se giró, se alisó la blusa casi por instinto, y fue a abrir.
Alejandro entró con paso firme, pero su rostro no llevaba la arrogancia de un CEO acostumbrado a tomar decisiones. En su mirada había preocupación, pero también algo más profundo: esa mezcla de ternura y tensión que solo surgía cuando se estaba ante algu