El cambio no llegó como una tormenta ruidosa. Llegó como una brisa helada que se colaba por los pasillos de la empresa, silenciosa pero mortal. Santiago Duarte asumió formalmente la presidencia del Grupo Duarte con una sonrisa para las cámaras y un puñal invisible para todos los que no se inclinaban ante él. Las puertas del poder se abrieron para él, pero se cerraron para muchos otros.
La primera reunión ejecutiva bajo su liderazgo comenzó con una limpieza silenciosa. No hubo escándalo, ni gritos. Solo despidos, traslados, "reorganizaciones". Carla, la asistente personal de Alejandro, fue reasignada a una bodega de archivo en las afueras de la ciudad. Rodrigo, uno de los jefes de proyectos que había colaborado con Eva en sus propuestas, fue despedido con una carta escueta y sin explicaciones. Mariana, la jefa de finanzas, fue degradada a analista sin posibilidad de apelación.
Los pasillos que antes habían estado llenos de energía, de ideas compartidas y planes futuros, ahora eran zona