La ciudad seguía latiendo afuera, indiferente, con sus luces frías y su ruido sordo. Pero en ese departamento, el tiempo se había detenido.Eva sintió el roce tibio de los dedos de Alejandro sobre su cintura, un toque que hablaba más de necesidad que de deseo inmediato. Sus labios, suaves y temblorosos, buscaron los de ella con una mezcla de urgencia y devoción, como si cada beso fuera una oración que intentara sanar las heridas del alma. No se besaban para olvidar, sino para recordar. Recordar quiénes eran cuando todo era incierto, lo que habían superado a contracorriente, lo que se prometían en silencio sin necesidad de palabras.Sus cuerpos comenzaron a acercarse con lentitud, como si temieran romper la frágil quietud que se había tejido entre ellos. El calor que emanaban era distinto al del deseo físico; era el calor de dos personas que se habían sostenido mutuamente en la oscuridad, y ahora buscaban, en ese contacto, el ancla que les devolviera la sensación de pertenencia. Alejan
La luz de la mañana apenas comenzaba a colarse entre las cortinas cuando Eva abrió los ojos. Alejandro aún dormía a su lado, su rostro relajado en una calma que contrastaba con la tormenta que ambos arrastraban en el corazón. Eva no se había dormido del todo. Había pasado horas en silencio, con la mirada fija en el techo, mientras su mente diseñaba lo que sabía debía ser el siguiente paso.El dolor de ver a Alejandro desplomarse en sus brazos, vencido por la humillación y la pérdida, había encendido algo feroz dentro de Eva. No fue solo compasión lo que sintió, fue una fuerza visceral, una urgencia que nacía no de la rabia, sino de un amor profundo, inquebrantable. Cada palabra quebrada que él había pronunciado esa noche, cada temblor en su voz, se había grabado en ella como fuego. Fue en ese instante cuando comprendió que no solo luchaba por su pasado, sino por el futuro de ambos.Si antes quería justicia por su historia, ahora quería algo más: restaurar la dignidad de quienes habían
El salón estaba iluminado por luces blancas, frías, y una decena de micrófonos apuntaban hacia el podio en el centro de la tarima. Afuera, la calle estaba colapsada. Cámaras, periodistas, ciudadanos curiosos y hasta algunos empleados de la empresa se agolpaban en la entrada del centro de conferencias del hotel donde Eva Montenegro había convocado a los medios.Desde que se anunció la rueda de prensa, las especulaciones se multiplicaron. Nadie sabía con exactitud qué revelaría la mujer que había sido el blanco de rumores, desprestigio y silencios. Pero todos intuían que no se quedaría callada.Dentro, Alejandro esperaba en una sala privada junto a Carla, Rodrigo y Mariana. No era una casualidad que ellos estuvieran presentes. Era su círculo de confianza. Los que habían resistido junto a Eva incluso cuando el piso se desmoronaba. Alejandro, con una expresión serena pero tensa, miraba fijamente el monitor donde pronto vería a Eva hablar. La admiración y la ansiedad se mezclaban en su pec
El día siguiente a la conferencia de prensa amaneció con una tensión eléctrica sobre la ciudad. En cada cafetería, en cada pantalla de celular, en cada redacción de periódico, se hablaba de Eva Montenegro. La mujer que había derribado el silencio con una declaración que sacudió los cimientos del Grupo Duarte, una de las instituciones más poderosas del país. Pero lo que nadie esperaba era que aquel terremoto mediático recibiría un nuevo impulso… desde la cima de la misma dinastía.La prensa aún estaba intentando digerir las palabras de Eva cuando se anunció una nueva conferencia, esta vez en los jardines de la Fundación Duarte. La convocatoria no fue hecha por Eva ni por su equipo, sino por alguien que había vivido durante años entre las sombras del poder: Julián Duarte. El patriarca. El abuelo. El hombre cuya sola aparición en público era sinónimo de gravedad, de mensaje.A las 11 en punto de la mañana, la explanada frente al edificio de la fundación estaba repleta de cámaras y period
La mañana amaneció con una tensión casi eléctrica. El aire en los pasillos del Palacio de Justicia vibraba con una expectativa que se podía palpar. Eva Montenegro caminaba firme, vestida con un traje negro entallado que no solo resaltaba su porte, sino que dejaba en claro que no había llegado allí a pedir favores. Había llegado a luchar.Su equipo legal la esperaba en la antesala, rodeados de carpetas, teléfonos que no dejaban de sonar y rostros concentrados. Pero era Eva quien cargaba con la verdadera atención del momento. En su carpeta llevaba los documentos que podían hacer caer la operación más sucia que Santiago Duarte había planificado hasta el momento: la fusión con un conglomerado fantasma con sede en el extranjero, creado exclusivamente para desviar activos del Grupo Duarte sin supervisión.Alejandro la alcanzó justo antes de que entrara a la audiencia. Su mirada era una mezcla de orgullo, ansiedad contenida y una devoción absoluta que parecía desbordarlo desde adentro. Iba v
Apenas cerraron la puerta del departamento, todo el estrés de la confrontación con Santiago se transformó en una energía diferente entre ellos. No necesitaban palabras. Después de muchad noches juntos, sus cuerpos se entendían con una mirada. La ciudad quedó afuera, con sus problemas y amenazas, mientras adentro solo existía esa conexión que habían construido día tras día.Eva se lanzó hacia él, aferrándose a su cuello como tantas veces antes, pero esta vez con una urgencia nueva. Sus dedos se enredaron en el pelo de Alejandro mientras él la levantaba, conociendo ya perfectamente el peso de su cuerpo, la forma exacta en que encajaba contra el suyo.La habitación estaba a media luz, como les gustaba. Conocían tan bien el cuerpo del otro que no necesitaban más. Alejandro la dejó sobre la cama, en ese lado izquierdo que se había convertido en "su lado" con el paso de las semanas.—Tuve miedo Eva... cuando ví a Santiago cerca tuyo, levantándote la mano, yo... No dejaré que ese bastardo vu
El despacho de Eva estaba en penumbra cuando llegó esa mañana. Cerró la puerta tras de sí con una decisión silenciosa y se acercó al gran ventanal desde el que se veía parte del skyline de la ciudad. Las primeras luces del amanecer comenzaban a filtrarse entre los rascacielos, dibujando siluetas doradas sobre el horizonte urbano. Todo parecía en calma, pero Eva sabía que ese era solo el silencio antes del estruendo.Respiró hondo, sintiendo cómo el aire frío de la mañana llenaba sus pulmones. Sus dedos rozaron el cristal templado, dejando una leve marca que se desvaneció en segundos. Así de efímera había sido su presencia en la empresa de su padre hasta ahora: casi imperceptible, fácilmente borrable. Pero eso cambiaría hoy.Aquella mañana no sería una más. Esa mañana comenzaba su ofensiva. La real.Había pasado la noche anterior junto a Alejandro, y entre caricias y susurros habían compartido más que amor: habían trazado líneas de batalla. El recuerdo del calor de su cuerpo todavía pe
El salón estaba repleto de elegancia y lujo. Las enormes lámparas de cristal brillaban como constelaciones suspendidas en el aire, derramando una luz dorada sobre la élite de la ciudad que reía y brindaba con copas de champán burbujeante. El tintineo de las risas falsas se mezclaba con la música de la orquesta en vivo, creando una sinfonía de opulencia. Era la gala anual de la Fundación Duarte, un evento diseñado no solo para recaudar fondos, sino para ostentar el poder y la generosidad de una de las familias más influyentes del país.Para Eva Montenegro, sin embargo, era mucho más que una simple gala; era la culminación de años de trabajo silencioso, la oportunidad que había estado esperando para demostrar que, a pesar de sus humildes orígenes, merecía estar en ese lugar. No por nacimiento, como la mayoría de los asistentes, sino por mérito propio."Respira profundo. No dejes que vean tu nerviosismo", se dijo a sí misma mientras se ajustaba el vestido negro que había comprado con seis