Eva se acomodó en el asiento del coche, sintiendo cómo la ansiedad la invadía nuevamente. El silencio en el vehículo era abrumador, y su mente daba vueltas, preocupándose por su hija. Después de todo lo que había pasado, lo último que quería era alejarse de Iris.
— ¿Dónde está mi bebé? — preguntó, girándose hacia Gabriel con una expresión de preocupación.
— Está con tú abuela — respondió él, tratando de sonar calmado. Pero Eva pudo notar la tensión en su voz.
Asintió con la cabeza, pero no se sintió bien. La inquietud la consumía, y la mujer a la que no había podido conocer la atormentaba. Había algo en su interior que le decía que debía estar alerta, que la amenaza que representaba Leonarda no era la única que debían enfrentar. Aquella mujer lo era mucho más.
Gabriel se sentó a su lado, tomando su mentón con suavidad para que lo mirara.
— ¿Qué pasó? — preguntó, su voz suave pero firme.
Eva sintió que un nudo se formaba en su garganta. Sabía que debía ser honesto con él.
— No puedo de