Tres meses pasaron desde aquel día trágico, y la vida comenzó a acomodarse en su nuevo orden. Finalmente, la boda de Gabriel y Eva se celebraría en un lujoso hotel, rodeado de jardines exuberantes llenos de flores. La decoración era exquisita, digna de la realeza, y Eva no podía evitar sentirse abrumada por la belleza que la rodeaba.
El día de su boda, Eva se miró en el espejo, admirando el vestido bordado con piedras que llevaba puesto. Era un diseño elegante que acentuaba su figura y la hacía sentir como una reina. Su cabello estaba recogido en un peinado que realzaba su belleza, y el maquillaje era sutil, pero suficiente para hacerla brillar. Sin embargo, la ansiedad la invadía.
— ¿Y si tropiezo mientras camino? — preguntó, mirando a Penélope con un atisbo de preocupación en sus ojos.
— No tropezarás — respondió Penélope, sonriendo con confianza —. Estás lista para esto.
— ¿Y si me deja plantada...? — dijo Eva, sintiendo que su corazón se aceleraba aún más.
Penélope la miró, c