Tres meses pasaron desde aquel día trágico, y la vida comenzó a acomodarse en su nuevo orden. Finalmente, la boda de Gabriel y Eva se celebraría en un lujoso hotel, rodeado de jardines exuberantes llenos de flores. La decoración era exquisita, digna de la realeza, y Eva no podía evitar sentirse abrumada por la belleza que la rodeaba.El día de su boda, Eva se miró en el espejo, admirando el vestido bordado con piedras que llevaba puesto. Era un diseño elegante que acentuaba su figura y la hacía sentir como una reina. Su cabello estaba recogido en un peinado que realzaba su belleza, y el maquillaje era sutil, pero suficiente para hacerla brillar. Sin embargo, la ansiedad la invadía.— ¿Y si tropiezo mientras camino? — preguntó, mirando a Penélope con un atisbo de preocupación en sus ojos.— No tropezarás — respondió Penélope, sonriendo con confianza —. Estás lista para esto.— ¿Y si me deja plantada...? — dijo Eva, sintiendo que su corazón se aceleraba aún más.Penélope la miró, c
La música aún vibraba en las paredes del gran salón, donde luces cálidas bailaban entre cristales, copas alzadas y risas sinceras. La boda de Eva y Gabriel era un verdadero espectáculo de alegría, y todos los invitados parecían haberse dejado llevar por el entusiasmo, la dicha colectiva, ese sentimiento de que el amor aún tenía un lugar sagrado en medio del caos del mundo.Penélope había bailado con algunos amigos, había brindado con champaña, había reído. Pero había algo más en el aire esa noche, un cosquilleo invisible que se colaba bajo su piel cada vez que su mirada se cruzaba con la de Gael, ese hombre que había aparecido en su vida como una tormenta: intensa, peligrosa y hermosa.Y ahora, en medio de esa euforia compartida, Gael la tomó de la mano. No dijo nada. Solo entrelazó sus dedos con los de ella, y la arrastró suavemente entre la multitud, por un pasillo lateral, hacia un lugar más tranquilo. Penélope no se resistió. Sentía que su corazón latía con fuerza, con prisa, como
El salón estaba encendido de alegría. Las luces resplandecían como estrellas cercanas, los murmullos se entrelazaban con risas, y la música aún mantenía viva la euforia del momento. Eva y Gabriel danzaban como dos enamorados recién nacidos, y los invitados seguían brindando por el amor, por la familia, por todo aquello que daba sentido a la vida.Pero entonces, la atmósfera vibró de una manera distinta.Gael entró al salón de la mano de Penélope. Ella tenía el cabello algo revuelto, los labios aún ligeramente hinchados por los besos, y en su dedo, una sortija nueva brillaba con descaro. Él caminaba erguido, seguro, con esa mezcla de determinación y ternura que lo volvía irresistible.Algunos invitados notaron el cambio en el aire y se giraron hacia ellos. La sonrisa de Penélope era abierta, vulnerable y orgullosa. Gael, por su parte, la miraba como si caminara al lado de la reina del mundo.— Disculpen… — dijo Gael alzando un poco la voz. La música bajó suavemente.Todos se giraron ha
Al día siguiente, el sol se filtró por las cortinas con una delicadeza de cuento. Eva y Gabriel empacaban sus maletas en silencio, sonriendo de vez en cuando al recordar la noche anterior.Los amigos les dieron una despedida ruidosa, entre abrazos, consejos irreverentes y promesas de mantenerse en contacto mientras ellos se perdían del mapa por unos días.Al subir al auto que los llevaría al aeropuerto, Eva apoyó la cabeza en el hombro de Gabriel.— ¿A dónde me llevas, eh?— A un lugar donde no necesites ropa, ni zapatos… — susurró él en su oído —. Solo ganas de seguir pecando conmigo.— Dios… — rió ella, besándolo —. No vas a darme descanso, ¿verdad?— Ni un poco. Después de anoche, quiero más. Quiero cada centímetro de ti, Eva. En la arena, en el agua, en la cama… donde sea. Pero contigo.Eva sonrió, cerrando los ojos mientras el auto se alejaba.La luna de miel apenas comenzaba.Y los días por venir prometían más fuego, más amor… y un infierno de dulzura.Una semana después…La bri
— Dime que me deseas, Eva — susurró Jason contra su piel, sus labios recorriendo su cuello con una mezcla de urgencia y posesión.— Te deseo, Jason... — susurró ella, sintiendo su cuerpo arder bajo su tacto.Era un amor secreto, un amor prohibido. Dos años de encuentros furtivos, de noches de pasión en habitaciones de hotel, de promesas susurradas en la penumbra. Dos años esperando que él finalmente la presentara a su familia. Pero eso nunca pasó.Y ahora entendía por qué.La oficina de Jason Barut era un reflejo de su poder: elegante, impecable, con ventanales que daban a la ciudad como si fuera su dueño. Ahí, en ese mundo de cristal y acero, Eva Martín había sido su sombra por dos años.Dos años siendo su asistente, su amante en la oscuridad, su secreto mejor guardado.Se ajustó la blusa color perla y echó un vistazo rápido a su reflejo en el espejo del ascensor. Ojos grandes, labios temblorosos. Se veía como lo que era: una mujer enamorada que, contra toda lógica, seguía creyendo e
— ¡Carajo!El mundo era un eco lejano cuando Eva abrió los ojos. El olor a desinfectante y la tenue luz del hospital la hicieron parpadear, desorientada. Su cuerpo se sentía pesado, adormecido, pero había un vacío en su interior que la hizo estremecerse de inmediato.Intentó moverse, pero un dolor punzante la detuvo. Bajó la vista y vio su brazo conectado a una intravenosa. El corazón le latía con fuerza en el pecho cuando la puerta se abrió y entró un médico con expresión sombría.— Señorita Moretti, me alegra que haya despertado — dijo con tono profesional, pero en su mirada había algo de compasión —. Lamento informarle que ha sufrido un aborto espontáneo debido al estrés severo y el impacto emocional.El mundo pareció detenerse.Aborto.Esa sangre, Jason, todo comenzó a golpearla fuertemente en ese momento, haciendo que su corazón comenzara a romperse. Estaba segura que el médico la miraba con lástima porque escuchaba como su corazón se rompía como ecos de un cristal lanzados a la
Días más tarde, Eva caminaba sin rumbo fijo por las calles iluminadas por los faroles de la ciudad. Hacía frío y el cielo parecía querer caerse cobre ella. Su bolso estaba más liviano que nunca, y su cuenta bancaria prácticamente vacía. Sin trabajo, sin ahorros y con un hijo en camino, se sentía más sola que nunca. Jason la había tenido completamente dependiente de él y ahora, enfrentada a la dura realidad, no tenía un plan.Su departamento, el que durante dos años había sido su refugio, ya no era una opción. No podía pagar el alquiler y tuvo que dejarlo y donde creía tenía un hogar ya no lo era. Había pasado la última noche en un hotel barato, con el colchón duro y el aroma a humedad impregnado en las paredes. No quiso llamar a su abuela. No deseaba preocuparla ni enfrentar sus preguntas. Tampoco quería molestar a su amiga. Tenía que salir adelante por sí misma; sin embargo, cada vez se estaba volviendo más difícil.Pero la verdad era que estaba aterrada. El único pensamiento que la
Eva apretó la carpeta contra su pecho, sintiendo cómo sus manos temblaban de rabia y nerviosismo. Miró a Valeria con el ceño fruncido antes de soltar las palabras que llevaban ardiendo en su lengua desde que recibió la noticia.— Conseguí el trabajo. — Su voz era áspera.Valeria saltó de emoción y la abrazó con fuerza.— ¡Sabía que lo lograrías, Isa! ¡Estoy tan feliz por ti! — exclamó con tanta emoción.Pero su risa se apagó cuando vio la expresión de Eva, seria, sombría. Se cruzó de brazos, observándola con suspicacia.— Espera un momento... ¿Por qué tienes cara de culo?Eva suspiró profundamente.— En primer lugar, no les dijiste que estoy embarazada. — Valeria abrió los ojos como platos, pero Eva levantó una mano antes de que pudiera interrumpirla —. En segundo lugar, el trabajo es fuera de la ciudad. Y en tercer lugar... — Tomó aire antes de soltarlo —. ¡Tú primo es el mismísimo Gabriel Montenegro!El silencio reinó por unos segundos antes de que Valeria estallara en una carcajada