82. Hueles demasiado bien.

La atmósfera había cambiado por completo, saturada de una energía densa, casi tangible. Era como si la luna misma, en el cénit de su esplendor, hubiera emergido desde el interior de Isolde, envolviéndola en una luminiscencia que Damián encontraba imposible de resistir. Una calidez sofocante la recorrió de pies a cabeza, un fuego que ardía sin tregua, anunciando sin lugar a dudas el inicio de su celo.

Lo que ambos ignoraban era que aquella luz etérea que brotaba de ella actuaba como un escudo silencioso, una barrera mágica e impenetrable, forjada por la misma luna que ahora los contemplaba. Una protección invisible se tejía a su alrededor, aislándolos del mundo, envolviéndolos en una burbuja de deseo y destino.

Un amor salvaje, crudo y primitivo empujó al alfa hacia ella con una urgencia que lo desbordaba. Damián la acorraló contra la pared de piedra, sus manos recorriendo sus costados como si quisiera memorizar cada curva, cada línea de su cuerpo. No le dejó espacio para huir. Su alie
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