81. ¿Hijo de Damián?
Una sombra se despegó de la pared del pasillo, fundida con la penumbra como una criatura paciente y calculadora que acechaba desde las grietas de piedra y silencio. Desde allí había presenciado la furia desbordada de Damián, el ataque torpe y desesperado de Evelyn, y luego… el milagro. Aquella luz que no debía existir. Aquella sanación imposible, grabada en su memoria como una afrenta a las leyes naturales.
Una mueca de disgusto torció sus labios, apenas perceptible en la oscuridad.
— Estúpida… maldita estúpida — siseó, su voz apenas un murmullo áspero, casi devorado por el aire helado que recorría los pasillos.
Sus ojos, brillantes como ascuas encendidas, habían seguido con atención la huida atolondrada de Evelyn. Negó con la cabeza en un gesto lento, contenido, casi felino, como un depredador que lamenta la torpeza de su manada.
— Tanta paciencia… tanto trabajo… — murmuró con el veneno denso en cada palabra, saboreando su amargura — Todo arruinado por un estallido de celos infantile