40.No podemos aceptar esto

El jardín estaba envuelto en la luz cálida del atardecer cuando Damián observó a Isolde acercarse a su hijo, agacharse y abrazarlo mientras le llenaba el rostro de besos. Aquella escena le hizo sonreír. Esa actitud, ese instinto maternal, lo llevaban a admirarla aún más. Y de algún modo, la sonrisa de aquel niño también lo hacía sentirse feliz. Era extraño. Debería estar celoso de un cachorro que no era suyo. En la antigüedad, los alfas podían incluso eliminar a los cachorros de otro macho si tomaban a una hembra. Hoy en día, algo así sería considerado un sacrilegio, pero aquel instinto aún latía en lo más profundo de su naturaleza. Sin embargo, no lo sentía. Ese niño le provocaba emociones que no terminaba de comprender.

El sonido de unos pasos lo distrajo. Alzó la vista justo a tiempo para ver a su beta, Alexander, acercandise a él con una molestia que se le hacía muy evidente.

Damián resopló. Sabía que su beta intentaría hacerlo cambiar de opinión, que le reprendería por la forma
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