34. Él no puede saber la verdad.
Estaba completamente desorientada. El día había sido un revoltijo de situaciones inexplicables. Todo había sucedido demasiado rápido, demasiado extraño. No podía dejar de preguntarse por qué Raven había permitido que su hijo escapara sin mover un solo dedo para protegerlo. ¿Por qué no había aparecido? ¿Por qué había permanecido al margen? Nada encajaba, y la duda le carcomía la cabeza.

Pero ese no era el único peso sobre sus hombros. Aún llevaba atravesada la amarga sensación de la conversación con Damián y la forma en que su prima había intentado humillarla delante de todos.

Al menos, cuando abrió la puerta, se sintió aliviada al ver a su hijo profundamente dormido en la cama. Junto a él, sentada en un sillón, estaba la misma mujer que por la mañana le había llevado ropa limpia.

—Mi señora —murmuró la loba al verla entrar, poniéndose de pie de inmediato— Todo está en orden. El pequeño estaba un poco inquieto, pero en cuanto sintió su aroma en las sábanas, se calmó y se quedó dormid
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