106. Ya no soy un bebé, mamá.

Nadie entendía lo que había sucedido; Rowan parecía haberlos paralizado a todos. Era aterrador ese poder tan grande en un cachorro tan pequeño.

Algunos gruñían, otros intentaban transformarse; algunos terminaron cayendo de rodillas por el esfuerzo, pero ninguno podía mover un solo músculo.

El pequeño Rowan permanecía firme con la mano extendida hacia los lobos que parecían querer atacarlos, sus ojos plateados brillaban más que nunca y su expresión estaba muy lejos de ser la de un cachorro común. Parecía un adulto escondido en el cuerpo de un niño, como siempre que usaba su poder.

— ¡No puedo moverme! — gimió uno de los guardias de Alexander, apretando la mandíbula por la fuerza que ejercía intentando romper el hechizo.

— ¡¿Qué demonios ha hecho el cachorro?! — bramó otro, intentando inútilmente levantar el brazo.

Rowan no contestó. Su poder brillaba en espirales plateadas alrededor de sus pies, envolviendo a los lobos. Cuanto más intentaban moverse, más se apretaba alrededor de el
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