105. ¿Cómo osas, Alexander?

El eco de sus jadeos aún vibraba en el claro mientras la lluvia de luna los envolvía en un abrazo plateado. Isolde sintió todavía el latir suave de los dedos de Damián entrelazados con los suyos cuando su abrazo se deshizo por completo. El claro sagrado, iluminado por el resplandor plateado de la Luna, parecía alejarse de ellos a cada paso mientras él se desvanecía. Ella cayó de rodillas sobre el musgo frío.

— ¡Damián!

La neblina lunar se arremolinó a sus pies. Allí, sobre el pecho de Damián, brillaba un colgante desconocido: un amuleto que Isolde nunca había visto. Cuando quiso alargar la mano para tocarlo, su cuerpo se desvaneció, como un fantasma de agua. Dejó de sentir sus dedos, su calor, su presencia y, como si nunca hubiera estado allí, desapareció completamente.

Isolde se incorporó de golpe al despertarse abruptamente en su cama; el recuerdo del cuerpo de Damián desvaneciéndose entre sus brazos la golpeó con la fuerza del miedo. La oscuridad de su habitación la envolvió, y un
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