100. Esa mujer es una traidora.

Alexander observaba todo desde las sombras exteriores, inadvertido. Un escalofrío le recorrió la espalda al ver cómo el hada lunar se materializaba, danzando en la tensión del ambiente y proyectando aquel recuerdo que, por un instante, lo devolvió a un pasado que creía sepultado.

Tenía explicaciones para lo que estaba sucediendo, pero Evelyn había hablado de más, destrozando su coartada, y ahora todo se tambaleaba peligrosamente.

Sus dedos se cerraron en un puño apretado, las uñas hundiéndose en la palma. La rabia lo invadió por completo, consumiéndolo. Aquello no parecía una transformación, sino una explosión, dada su rapidez.

La carne se le desgarró bajo la ropa, los huesos crujieron y se reacomodaron. Un pelaje grisáceo surgió con un siseo, y sus músculos se hincharon hasta reventar la tela de su camisa. El hombre se disolvió en la bestia. Su lobo, un coloso ceniciento de ojos brillantes, alzó la cabeza y liberó un gruñido gutural que prometía destrucción.

— ¿Lo ves? — intervino Ev
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