10. Damian ha movilizado a toda su manada.
El viento aullaba como un lobo hambriento, colándose en la cueva y haciendo bailar las llamas de la hoguera.
La luz anaranjada pintaba sombras alargadas en las paredes, como si fantasmas danzaran a su alrededor.
Isolde, acurrucada sobre una piel de lobo, mecía suavemente a Rowan.
El pequeño dormía plácidamente, su pecho subía y bajaba con cada respiración.
De pronto, el eco de pasos resonó en la entrada y Raven emergió de la oscuridad con el rostro ensombrecido.
Se notaba el cansancio en sus ojos, una pesadez que contaba historias de largas jornadas y preocupaciones acumuladas.
—Tenemos un problema, Isolde.
Isolde, levantando la vista de su hijo, le dedicó una mirada afilada, dejó al pequeño tranquilo sobre las pieles y se levantó tomando a Raven de la muñeca para alejarse de donde descansaba su hijo, por si a caso despertaba, no quería ningún problema pudiera perturbar la paz de su cachorro.
—¿Qué pasó? —preguntó en un susurro, preocupada por la expresión de Raven.
Él obs