—¿Interrumpo algo? —una voz risueña rompió la magia del momento, deshaciendo en un instante la burbuja que nos envolvía. Nos separamos de golpe, como si el aire se hubiera vuelto demasiado denso para compartirlo.
Mi mirada, cargada de temor, se dirigió hacia la puerta. Pero al reconocer a Arthur, mi pecho se relajó, aunque el rubor en mis mejillas no cedió.
Bastian carraspeó, incómodo.
—Este... no —balbuceó, poniéndose de pie con una rapidez casi cómica—. Yo ya me iba, debo... debo avisarle a Shyla que has despertado.
Y antes de que pudiera detenerlo, desapareció por la puerta, dejando tras de sí un vacío que se sintió como un eco del beso que acabábamos de compartir. Me recosté de nuevo en la cama, pero la calidez que había dejado su cercanía se desvaneció rápidamente, dando paso al dolor y al peso que me habían acompañado desde el principio.
Arthur, con su sonrisa pícara y su andar despreocupado, se acercó a mí, sus ojos brillando con una mezcla de burla y curiosidad.
—Veo que no pi