Genoveva me despertó antes de que el sol alcanzara su esplendor. Había preparado el baño y traído algo especial para mí. Cuando mis ojos se posaron en mi cama, quedé sin palabras ante la delicada belleza del vestido que descansaba allí.
—¿Qué es esto? —murmuré, casi sin aliento—. Es... espléndido. Tiene los colores perfectos.
Ella rió con suavidad, una melodía baja y cómplice.
—Lo sé, querida. Lo enviaron anoche, de parte del joven William. Es para usted.
—¿Para mí...? —repetí, sin poder ocultar mi asombro.
—Sí. Recuerde que su padre mencionó que hoy tenía una reunión con él. Más tarde vendrá a la casa.
No dije nada, pero mi disgusto era tan evidente como el fulgor matutino. Genoveva se retiró con un susurro de pasos, dejándome sola con mis pensamientos. Decidí asearme, intentando encontrar algo de calma.
El agua tibia de la tina me envolvió, aliviando las tensiones de mi cuerpo, pero no las de mi mente. Mientras el vapor llenaba el baño, mi mente volvió a Bastian y la carta que habí