Camino sin destino mientras las lágrimas caen una tras otra, formando un reguero salado que marca mi rostro como cicatrices invisibles. El eco de mis pasos resuena en la oscuridad de esta noche interminable, donde cada segundo se estira como una agonía eterna.
Miro mis manos, temblorosas y pálidas bajo la luz mortecina de la luna, las cuales están manchadas irreversiblemente.
Manchadas de sangre carmesí que parece brillar con una intensidad sobrenatural, un recordatorio cruel de lo que acabo de hacer.
No es cualquier sangre la que tiñe mis dedos; es la sangre de quien prometió amarme eternamente. Lo he asesinado sin contemplaciones, he matado al hombre que representaba mi universo entero. He terminado brutalmente con el hombre que amé con cada fibra de mi ser, con quien compartí más que momento, con quien tejí tantas promesas bajo las estrellas, con quien tenía muchos sueños a futuro tan vívidos y tangibles que casi podía tocarlos con la punta de mis dedos.
Demasiados planes que ahora