El gran espectáculo de la boda terminó, pero para Natalia, su verdadera prisión comenzaba allí, en la Villa de los Molinari. Su estómago se revolvía con cada paso que daba hacia el interior de la mansión. El recuerdo del beso de Alessandro la perseguía, una sensación extraña que encendía su cuerpo, pero también la repulsión hacia él. ¿Cómo podía desear a un hombre que la había utilizado de esa forma? La confusión la atormentaba, y la ansiedad se apoderaba de ella cada vez que pensaba en lo que podría suceder después.
El coche frenó frente a la villa, y Alessandro, con su porte de caballero, extendió la mano hacia ella. ¿Qué quería de ella ahora? Natalia dudó, pero finalmente, con un esfuerzo visible, aceptó su mano y salió del vehículo. El peso de la situación le aplastaba el pecho. No podía escapar, no podía correr.
Los fotógrafos y reporteros ya se agolpaban a las afueras de la propiedad, algunos incluso sobrevolaban los alrededores en helicópteros, intentando capturar cualquier ima