Alessandro, sintiéndose satisfecho por haber cumplido con su deber en la boda, decidió liberar la presión en uno de los bares exclusivos que pertenecían a la familia. Allí lo esperaba su amigo de toda la vida, Marcello De Luca, siempre dispuesto a compartir una copa y una conversación cargada de humor negro.
Cuando Marcello lo vio entrar, no pudo evitar sonreír, un gesto genuino que mostraba la confianza y la camaradería que se forjaba entre ellos a lo largo de los años. Con una botella de brandy en la mano y dos vasos, se acercó sin prisa, sabiendo que esa noche Alessandro necesitaba algo más que su acostumbrada fachada de frialdad.
—¿Qué hace aquí el próximo Capo di tutti capi, en lugar de estar disfrutando de su linda esposa? —dijo Marcello, mientras colocaba la botella sobre la mesa, casi como si estuviera en una broma ligera.
Alessandro esbozó una sonrisa sutil, pero no había humor en ella. Abrió la botella con un giro rápido de muñeca y comenzó a servir el licor en ambos vasos,