CAPÍTULO 5

STEFAN

Entré sin prisa, pero con la seguridad de que nadie aquí se atrevería a detenerme. El hospital olía a desinfectante y látex, un contraste curioso con la tensión que se sintió en el aire apenas puse un pie en recepción.

Me acerqué al mostrador donde una mujer de cabello negro recogido en una coleta revisaba unos papeles. Levantó la mirada y, en cuanto sus ojos me reconocieron, tragó saliva.

—¿Dónde está Morgan Belmont? —pregunté con voz firme, sin necesidad de elevarla para que entendiera que no estaba para juegos.

La mujer pestañeó un par de veces y asintió nerviosa, señalando un pasillo a la derecha.

—Está en el ala de cirugía, en el segundo piso... —su voz sonaba temblorosa, como si temiera haber dicho algo indebido.

Le dediqué una sonrisa ladeada, sin molestarse en agradecer. Sabía que mi presencia bastaba para hacer que la gente hablara.

Sin más, giré sobre mis talones y me dirigí a donde Morgan estaba. Esta vez, las reglas las ponía yo.

Cuando me quise dar cuenta, ¿dónde coño estaba esa zona? El puto hospital era un laberinto de pasillos blancos, puertas cerradas y letreros confusos. Odiaba este tipo de lugares. Fríos, impersonales, diseñados para hacerte sentir insignificante.

Resoplé con frustración y, sin perder el tiempo, agarré del brazo a un muchacho de pelo castaño que pasaba con una carpeta en la mano. Parecía un interno o algo así, de esos que andaban corriendo de un lado a otro como si el hospital fuera a derrumbarse sin ellos.

—Llévame al ala de cirugía. Ahora. —Mi voz no dejaba espacio para discusión.

El tipo abrió la boca como si fuera a preguntar algo, pero su instinto de supervivencia fue más fuerte. Asintió de inmediato y empezó a caminar a paso rápido delante de mí.

—E-Está en el segundo piso... hay un ascensor al final del pasillo... —balbuceó.

—Entonces muévete más rápido —gruñí.

Lo seguí de cerca, mis pasos firmes resonando en el suelo de mármol. Morgan Belmont iba a verme entrar por esa puerta, y esta vez no iba a poder esconderse detrás de un puto contrato.

Cuando llegué al ala de cirugía, no perdí el tiempo. Me acerqué a una muchacha que revisaba unos expedientes y le solté sin rodeos:

—¿Dónde está Morgan Belmont?

La tipa parpadeó, nerviosa, y señaló una puerta al fondo del pasillo.

—En su despacho... pero está ocupada... —murmuró, como si eso fuera a detenerme.

No me importaba una m****a.

Caminé directo hasta la puerta sin tocar, sin anunciarme. Abrí y entré como si el puto despacho fuera mío.

Morgan estaba sentada detrás de su escritorio, revisando unos papeles, con su bata impecable y el ceño fruncido en concentración. Ni siquiera levantó la vista al principio, demasiado ocupada en su trabajo.

Pero yo no estaba para que me ignoraran.

Cerré la puerta detrás de mí, sin prisa, y me dejé caer en la silla frente a ella, estirando las piernas con total descaro.

—Bonito lugar, doctora —dije con una sonrisa ladeada, acomodándome como si estuviera en mi propia oficina—. Pero creo que olvidaste mencionarme algún cambio en las cláusulas en ese contrato de m****a.

Finalmente, Morgan levantó la mirada, y su expresión al verme ahí valió cada jodido segundo de este viaje.

Su pelo rojo oscuro brillaba con el contraste de la luz que entraba por la ventana, y esos ojos verdes... joder. Era una locura de mujer, una visión que parecía salida de una de esas pesadillas en las que sabes que no deberías tocar, pero lo haces de todos modos. Y aún no estábamos casados.

Morgan me miró como si me fuera a arrancar la cabeza de un solo vistazo, pero no me importó. No iba a ceder a su furia tan fácil.

—¿Qué coño haces aquí? —su voz salió cargada de ira, y las manos que descansaban sobre la mesa se cerraron en puños.

Solté una carcajada, recostándome en la silla, cruzando los brazos detrás de la cabeza con total desdén.

—¿Acaso no te lo dijeron? Vine a firmar la "parte divertida" del contrato —respondí, mi tono cargado de sarcasmo.

Ella me fulminó con la mirada, como si esperara que me levantara y me fuera de inmediato. Pero yo solo me quedé allí, disfrutando de cómo la furia en sus ojos aumentaba.

—¿Qué parte divertida? —preguntó entre dientes, como si fuera una amenaza.

—Ya sabes, la parte en la que... bueno, olvídalo, ya verás —respondí con una sonrisa burlona, disfrutando cada segundo de esa tensión.

Me incliné hacia adelante, mirándola fijamente, como si le estuviera quitando la dignidad poco a poco.

—No me malinterpretes, Morgan. Todavía no estamos casados, pero ya me estás empezando a gustar. —Le lancé un guiño y esperé la explosión.

Me acerqué aún más a ella, reduciendo la distancia entre los dos hasta que su respiración se hizo más audible. Ella sabía que no iba a retroceder, y eso parecía irritarla aún más. Sonreí, disfrutando de su incomodidad, sabiendo que cada palabra que salía de mi boca la haría arder más.

—¿Sabes? Si seguimos así, ni siquiera vamos a necesitar ese contrato —dije, mirando sus labios, apenas separando las palabras, como si estuviera probando el límite de su paciencia.

Morgan apretó los dientes y se levantó de la silla, pero no me moví. No le iba a dejar espacio.

—¿De qué estás hablando? —gruñó, claramente harta de mis bromas, pero yo no me detuve.

Me recliné en la silla, levantando una ceja, disfrutando de la tensión.

—No sé, tal vez nos ahorremos todo este teatro y simplemente te lleve a la cama, ¿qué opinas? —la miré de arriba abajo, sin dejar de sonreír—. Aunque claro, eso no está permitido en el contrato, ¿verdad? Pero siempre hay excepciones.

Ella lanzó un suspiro frustrado, pero esa reacción solo me hizo sonreír más. Estaba disfrutando cada segundo de su furia. Lo sabía, no iba a dejar que me ignorara tan fácil.

—No te atrevas a seguir con esta m****a —dijo, su tono más grave ahora.

Me encogí de hombros, todavía con esa sonrisa torcida.

—¿Quién sabe, Morgan? Tal vez te guste más de lo que crees. Pero eso solo lo sabremos cuando llegue el momento.

La miré directamente a los ojos y me recosté un poco más en la silla, como si estuviera a punto de desvelar un gran secreto. Morgan realmente pensaba que podía ponerme reglas.

—Mira, Morgan —empecé, dejando que mi voz se arrastrara lentamente, como si cada palabra fuera una amenaza—, me acabo de leer tu contrato y déjame decirte que no lo voy a firmar. Pero no te preocupes, te voy a ayudar a hacerlo mejor.

Me incliné hacia adelante, mis codos descansando en mis piernas, y comencé a enumerar las cláusulas, cambiándolas a mi manera con esa sonrisa torcida que no podía evitar.

—Cláusula 1: El matrimonio tendrá una duración de dos años. Porque, sinceramente, un año no es suficiente para ponerme con alguien como tú, Morgan. Al final de esos dos años, decidimos juntos si seguimos o nos damos la patada. Nadie se va a liberar tan fácil, ¿me sigues?

Hice una pausa, disfrutando de cómo me miraba, seguramente esperando más.

—Cláusula 2: La relación será totalmente libre. No habrá muestras de afecto, sí, pero también habrá un par de escapadas por ahí. Me da igual si la imagen de la familia se ve afectada, lo que pasa entre nosotros solo nos importa a ti y a mí. ¿Te parece?

Me eché hacia atrás, mirando cómo su cara se enrojecía, seguramente pensando que estaba perdiendo el control. Pero no me importaba.

—Cláusula 3: El contacto físico... será ilimitado. No solo una noche al mes. Es un matrimonio, Morgan, no una jaula. Si queremos tener un heredero, lo haremos como se debe, con más de una "noche de sexo". Y si te molesta, bueno, ya veremos cómo te las arreglas.

El aire entre nosotros se había vuelto denso, pero yo seguí.

—Cláusula 4: Dormitorios separados... a menos que decida que quiero dormir contigo. No será por obligación, pero si alguna noche me apetece, ni tu puta puerta cerrada me va a detener.

Solté un resoplido y levanté una mano, como si lo siguiente fuera lo más natural del mundo.

—Cláusula 5: Negocios... Me da igual lo que hagas con tu familia, pero si te metes en lo que yo haga, prepárate para que también te metas en mis manos. No hay límites entre lo personal y lo profesional cuando somos socios, ¿verdad?

Finalmente, me incliné un poco más hacia ella, mirando sus ojos con una sonrisa desafiante.

—Cláusula 6: Si alguna de estas normas no se cumple... No habrá una penalización económica. No necesito tu dinero. Solo que hagas lo que te diga, o esta m****a de contrato se termina antes de lo que imaginas.

Me quedé allí, en silencio, observando cómo procesaba lo que acababa de decir. Morgan Belmont no iba a ganar en este juego.

Morgan me miró con una exasperación que casi podía palparse en el aire, y su respuesta salió con la misma furia contenida que la había estado consumiendo todo el tiempo.

—¿Necesitas algo más? —dijo, su tono sarcástico y frío, como si estuviera al borde de perder la paciencia, pero aún se mantenía firme. —Lo único que yo no voy a aceptar de todo eso es el sexo. Ni de coña voy a follar más de una vez al mes contigo.

Su desafío era claro, pero no la miré con enojo ni frustración. En realidad, me parecía divertido. Cada palabra de su boca me empujaba más a seguir.

—Oh, ya veremos. —Mi tono era juguetón, como si todo esto fuera una broma que solo yo entendiera. —Me gusta cómo te pones.

Me recosté más en la silla, cruzando los brazos y observando cada centímetro de su cara, sabía que estaba herida en su orgullo, y me encantaba.

—Lo que pasa, Morgan, es que no me importa lo que digas ahora. Puedo acostumbrarme a que me pongas límites, pero... el sexo no es lo que te debería preocupar. ¿Sabías que a veces lo que más le molesta a una mujer es tener que ceder en algo que ni siquiera quería?

La miré directamente a los ojos, sabiendo que el control ahora era mío.

La miré, disfrutando de cómo su mandíbula se tensaba al escuchar mis palabras. No iba a ser tan fácil para ella negarse, y lo sabía.

—La boda será en cinco días —dije, sin rodeos, con una seguridad que no dejaba espacio para dudas.

Morgan abrió los ojos como si no pudiera creer lo que acababa de decir. Cinco días. El tiempo justo para poner todo en marcha, para que se diera cuenta de que esto no era una negociación. Era una toma de poder.

—¿Qué...? —su voz salió entrecortada, como si estuviera procesando que no iba a ser una decisión que tomáramos juntos.

—Cinco días —repetí, sin alterarme, manteniendo esa sonrisa burlona que estaba empezando a acostumbrarse a mi cara—. Y si no te gusta, no me importa. Esto va a suceder, ya has firmado el trato.

La dejé ahí mientras salía de su despacho , sin palabras, sabiendo que le quedaba poco tiempo para intentar dar marcha atrás. La rueda ya estaba en movimiento.

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