El caos se intensificó. Otros guardias del puerto se unieron, ya fuera contratados o atraídos por el dinero. Los reflectores seguían girando, cegando miradas. El barco empezó a moverse, soltando una a una las amarras.
Alaric cayó junto a Seraphine, sangre resbalando por su sien. —¿Qué demonios hiciste? ¡Lo dejaste escapar!
Seraphine jadeaba, su voz rota. —Era… Soren…
Alaric quedó en silencio, sus ojos se abrieron de par en par.
Rafe gritó desde el otro extremo del muelle. —¡El barco se mueve! ¡Tenemos que decidir ahora!
Seraphine miró el colgante en su mano. La grieta brillaba tenuemente, respondiendo al latido de su corazón. Una mezcla salvaje de miedo, ira, añoranza y traición la arrastraba en espiral.
Cerró los ojos y tomó una respiración profunda.