SABRINA
A la mañana siguiente, nos encontrábamos todos en el lobby del hotel para regresar a casa… y como habíamos supuesto, los tórtolos aun no bajaban.
Piero le marcó a Leo, quien le pidió que nos marcháramos y que él se encargaría de que Alina llegara al mismo tiempo que nosotros a casa.
Josh se había negado a irse sin su hermana, pero Lina lo calmó y convenció de que era lo mejor para ella.
Ya en el avión, me abracé a mi flamante esposo y ambos vislumbramos los anillos que nuestros dedos anulares llevaban.
—Esta boda me gustó más que la anterior… —bromeé y sonrió.
—A mí también; al menos recuerdo mi noche de bodas. —Besó mis labios y me sonrojé al rememorar todo lo que habíamos hecho.
—Espero que no salgas con que tienes otra esposa perdida por París.
—Y yo ruego porque a esa demente no se le ocurra aparecer —me pinchó.
—No es gracioso —repliqué, cruzándome de brazos.
—Claro que lo es.
—¿Tienes otra esposa? —pregunté con seriedad y me vio como si no comprendiera absolutamente nada