Cuando Alexander bajó del avión y por fin acabó aquel terrorífico viaje, se encontró a su esposa y a sus hijos esperándolo en el aeropuerto.
Roger se había quedado rezagado porque la caminata del día anterior lo había dejado mal parado y con dolor en todos los músculos.
—Blandengue —le dijo Alexander al ver que le faltaba poco para caer desmayado en mitad del aeropuerto—. Cuando llegues a mi edad vas a estar para que te tiren al cubo de la basura.
—Cuando llegue a tu edad seré un venerable anciano al igual que tú, querido amigo.
Alexander le iba a lanzar un par de gruñidos sobre el puño que iba a tragarse de ese anciano, cuando tres niños corrieron hacia él gritando: ¡papá!
Sus hijos se le agarraron a la cintura como si hiciera semanas que no lo veían.
Era maravilloso estar de vuelta.
—Papi, papi, derrotamos a un hombre malo y yo le di con una piedra en un ojo. ¡Yo sola, papi! —gritó su hija con emoción y salvaba mientras le agarraba del cinturón.
Alexander no entendía a qué se referí