Diana intentó soltarse y se iba a poner a gritar cuando sintió que le colocaba un arma en el vientre.
Izan había creado un arma con un cristal puntiagudo y con la punta le apuntaba a la barriga.
—Guarda silencio, querida, será lo mejor para ti —murmuró con voz ronca.
Se quedó quieta y no hizo ningún movimiento brusco.
Solo esperaba que sus hijos no se escaparan del profesor y se les ocurriera ir a buscarla.
Bastante tenía con protegerse a ella y al bebé.
—No sé qué haces en mi casa —comenzó a hablar y lo intentó hacer con mucha calma. Quería darle a entender que se sentía segura y que en cualquier momento podían ir a buscarla—, pero será mejor que te vayas, Izan. Si te descubren irás a la cárcel, ¿acaso no has tenido ya suficiente?
Los hombros de su exesposo comenzaron a moverse conforme la risa iba haciéndose más fuerte.
—No tengo nada que perder, maldita perra. Me has destrozado la vida, tú y ese imbécil que tienes de marido me han quitado todo lo que me importaba.
—A mi marido ni l