Capítulo ciento dos

Había sido él, el causante de que la vida de Ariel tomara ese curso, uno sin anhelo, sin esperanzas y sin ningún deseo de mejoría, tan solo vagar, como antes lo hacía. Pero su espíritu ya no era tan fuerte como antes y las calles resultaron ser un lugar más sombrío y oscuro de lo que Ariel pudo imaginárselo o vivirlo.

Alejandro se detuvo frente a la puerta de la habitación de Ariel, su corazón latiendo con una mezcla de ansiedad y remordimiento. En su mente, las imágenes de Ariel llorando, las discusiones, las acusaciones, giraban como un carrusel doloroso. La revelación de su inocencia había sido un golpe devastador, haciéndole ver la magnitud de su error y la injusticia que había cometido contra ella.

Las veces que la causó de cosas a las que ella era ajena, todo lo que pensó de su persona y las diferentes maneras en las que la humilló, sin que ella soltara una sola palabra.

No quiso hacerle ver que todo lo hizo por él, porque Ariel no necesitaba que Alejandro supiera esas cosas, ta
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