Cansado de que su familia lo presionara con lo mismo, empujándolo a contraer matrimonio con su exnovia, con quien no se quiere casar, Alejandro decide buscar la esposa menos indicada y es cuando se topa con Ariel, una joven que recoge de un basurero y le ofrece ser su esposa, sin que ésta pueda negarse, pintándole una vida de ensueños que se ve empañada por los maltratos de la familia de Alejandro. Ella intenta escapar repetidas veces, pero él siempre termina encontrándola, hasta que la hace su esposa. Un matrimonio que empieza a la fuerza, una unión marcada por el dolor y la tragedia, un corazón destrozado y un hombre que hará lo que sea para reconquistar a su novia inesperada. Pero el camino es doloroso y el amor debe ser valiente, resistirlo todo. ¿Podrán soportar las turbulencias?
Ler maisAquel hombre había salido de su casa muy enojado, luego de que su madre y sus hermanas le reclamaran por no querer casarse con quien era su novia desde hace cinco años, la hermosa Abigail Clinton, de una buena familia, belleza incomparable y un enorme amor hacia él desde que eran adolescente, ya con varios años de relación, solo faltando el único paso.
Matrimonio.
Pero Alejandro no la amaba, por eso luego de esos años de relación aún no daba el primer paso, no deseaba casarse con ella. No era la mujer que quería para convertirla en su esposa. Su relación con ella nunca podría ir más allá, pese a los años.
Él acababa de terminar la relación.
En su lujoso coche iba captando las miradas de todos los de la ciudad, muchos sabían que allí dentro iba Alejandro Fendi, dueño de casi la mitad de la ciudad, cada rascacielos había sido construido por su empresa, la mayoría de los centros comerciales eran de él y poseía numerosas empresas en el extranjero, sobre todo en Italia, de donde eran los Fendi.
El coche iba muy despacio mientras el hombre miraba perezosamente por la ventana.
Tenía una hermana mayor y una hermana menor.
Alessia era la mayor y Annie era la menor, una peor que la otra. A sus cuarenta años ya Alessia estaba casada y con dos hijo, un esposo muy imponente que le exigía que tomara el mando de las empresas por ser la mayor, a lo que su madre se negaba, sabiendo que Alejandro era quien debía hacerlo, pero…
Si no se casaba, Alessia Fendi iba a tomar el control de las empresas, desplazando así a su hermano, eso era lo que deseaba Marco Albini, el esposo de su hermana, quien odiaba a muerte a Alejandro por oponerse a la boda con su hermana, considerando que este era un mal hombre y solo tenía un fuerte interés en las riquezas de su familia. La herencia de los Fendi y el control de todo lo que poseían.
Annie estaba de parte de su hermana Alessia, ambas habían sido siempre muy unidas, por lo que Alejandro no tenía apoyo dentro de su familia, aunque no se dejaría vencer por ellas. Era su derecho, sin importar quien fuera el mayor, pero a veces ellas lo olvidaban.
La solución era casarse, tan solo para mantener la paz, y por eso le habían puesto la condición, porque sabían que él no era un hombre de compromisos y menos tenía la intención de formar una familia con nadie, ni siquiera con la despampanante Abigail Clinton.
¿Sus hermanas iban a tener razón y Alejandro no se casaría? ¿Qué era más impotente para él? ¿Dejaría que Marco Albini lo pisoteara y se riera en su cara cuando su hermana mayor tomara el mando? Ella no podía tomar el control, Alejandro jamás dejaría que Marco pusiera sus manos en las empresas de la familia Fendi. Sobre su cadáver.
Si pensaban eso, definitivamente no lo conocían muy bien.
Jamás se daría por vencido, pero haría las cosas a su modo.
Solo tenía que casarse, pero no sería con Abigail Clinton.
—Quieren una boda, ¿no? Pues yo les daré una boda. Estoy segura de que eso las calmará—murmuró para sí mismo.
Buscaría a alguien que su familia rechazara para así poder hacerle la vida imposible a sus hermanas y de paso seguir con la empresa.
Resulta que Alejandro solía ser un poco vengativo y cuando se lo proponía era capaz de llegar a los extremos. No le gustaba que lo desafiaran, se tomaba todo reto muy en serio.
—¿Tienes hermanas? —Preguntó a su chofer.
Al dirigirle la palabra, el hombre quedó muy asombrado, tenía casi un año siendo su chofer luego del anterior ser despedido y era la primera vez que se dirigía a él.
Se sintió nervioso antes de responder.
—No, señor. Solo tengo un hermano mayor—Respondió luego de aclararse la garganta.
—Es una lástima. Quiero casarme con alguien. —Aquellas palabras dejaron muy confundido al chofer, no entendiendo lo que quiso decir Alejandro Fendi.
El hombre se expresión pensativa apoyó su rostro en su mano y acertó a mirar por la ventana, las calles estaban llenas de basura, las aceras parecían muy sucias y eso fue desagradable para él. Era una calle poco transitada y simplemente se veía asquerosa.
—¿Por qué tomamos este camino? —exigió saber, notando que era una ruta nueva.
—Lo siento, señor. La principal tiene un desvío, muchos están tomando la 17 con Kennedy, pero esta es más rápida. Conozco la ruta.
—Bien.
Observó que más adelante había una mujer muy joven hurgando en la basura. Cuando el coche pasó al lado de ella, Alejandro pudo observar unos ojos muy grandes, una cara muy sucia y aquella joven muy animada en busca de no se sabe qué cosa entre la basura, como si fuera a dar con algo que valiera la pena.
La cara de Alejandro se giró para poder seguir mirándola.
—¡Detén el coche! —Ordenó a su chofer, este frenó de forma rápida, haciendo que el cuerpo de Alejandro se inclinara hacia adelante.
Observó la hora en su costoso reloj y luego abrió la puerta del coche.
—Es una hora perfecta para encontrar esposa— Murmuró sonriente ante lo que le estaba pasando por la mente en aquel momento; era una idea un tanto espeluznante, descabellada y muy excesiva, incluso para él.
Cuando sus pies pisaron aquella acera tan mugrienta, Alejandro sintió un poco de asco con cada paso que daba, sus zapatos relucientes no combinaban con el contraste de la calle sucia y abandonada, olía mal, a solo unos pasos de él había mucha basura y el olor se extendía por todos lados.
Sus pisadas lo guiaron hasta allí, donde estaba ella. El hedor aumentó al acercarse.
Su pelo estaba cubierto por una especie de tela descolorida y en su espalda cargaba con una desgastaba mochila abierta, no se podría ni distinguir el color que alguna vez tuvo, donde iba echando las cosas de valor que encontraba.
—Hola— Le dijo Alejandro, sin poder observar a la joven. No se explicaba cómo alguien podía cargar tanta suciedad encima —. ¿Qué buscas exactamente? —le preguntó. Ella no le mirada.
—Cosas de valor que luego pueda vender o quedármelas para mi uso— Respondió sin molestarse en mirar al hombre y seguía en su búsqueda, concentrada en lo que hacía.
—¿Y qué puede haber de valor en la basura? —preguntó, pareciéndole ilógico que algo que ya fue tirado tuviera algo de valor.
Aquella pregunta le pareció muy estúpida a la joven, es decir, ¿quién no sabía que en la basura podría haber increíbles cosas?
El pensamiento de cada uno era demasiado diferente.
—No te imaginas—respondió, todavía sus ojos fijos en su labor—. Lo que para ti no podría valer nada, para mí serían tesoros de un valor inimaginable. Aquí hay cosas maravillosas que solo los que las necesitamos sabemos lo que valen. —Esa fue la respuesta de la joven. Pero sus palabras parecían muy soñadoras, ingenuas.
—¿Has encontrado algo bueno hoy? — Se cruzó de brazos, impaciente porque aquella joven no se dignaba ni en mirarlo. ¿Cómo se atrevía a ignorarle de esa manera? Le daba la espalda como si aquella charla no tuviera mucha importancia para ella. Era un poco ofensivo para el señor Fendi.
Ella no lo había visto ni una sola vez, porque eso no era importante para ella. No se dejaba distraer con facilidad.
¿Quién se atrevía a dirigirle la palabra sin mirarlo a sus penetrantes ojos verdes?
—¿Encontraste algo? —preguntó Alejandro nuevamente.
Al escuchar aquella pregunta, la joven se dio la vuelta con una enorme sonrisa para mostrar lo que tenía en sus manos, era una pequeña caja de música con una linda bailarina, pero no se movía y menos dejaba escuchar su dulce melodía.
La joven quiso decir algo, quizás expresar su alegría por el tesoro que había encontrado, pero al ver al hombre detrás de ella solo se quedó muda.
Ella había pensado que era uno de esos hombres perversos que se detenían a decirle cosas obscenas o de esos que recogían y se llevaban la basura, pero antes de eso la intentaban ahuyentar.
Lo que menos se esperó ella fuera el hombre que le dirigía la palabra era uno de esos que salían en las revistas que ella veía, con trajes que costaban muchos números, números que ella no alcanzaba a saber la cifra su pasaban de tres, aspectos de esos que se quedaban quieto en la imagen y lucían su brillante sonrisa y ojos penetrantes.
Su fino traje hecho a la medida, su rostro marcado con unas hermosas y llamativas facciones mientras aquellos ojos color verdes llamaban la atención, sus carnosos labios y esa figura tan imponente había dejado muda a la joven.
Sus músculos no eran muy exagerados, era un hombre alto, poco sonreía y el tono de su voz solía ser muy grueso.
Pero delante de él estaba viendo a la esposa perfecta, por lo que le sonrió a la joven, haciendo que ella sintiera un cosquilleo en el estómago ante la calidez de aquella sonrisa.
Nadie nunca le había sonreído de esa manera. Nunca había visto unos ojos tan bellos y jamás, jamás había estado frente a alguien que oliera de esa manera.
Esa podría ser la mujer que haría que su familia se pusiera de cabeza y de paso podría conservar el mando de las empresas, callándole la boca a sus hermanas y a su vez fastidiándolas.
—Yo…— se había quedado sin voz al ver que un hombre tan guapo se dirigía a ella o se interesaba en lo que hacía, toda mugrienta y entre la basura. Detrás de él pudo ver el costoso coche. —¡Encontré esta caja de música!— Fue lo que se le ocurrió decir mientras la levantaba, dejándola a la vista del hombre.
—¿Puedo verla? — Alejandro se acercó a ella, pero la joven asustadiza solo retrocedió, con un poco de miedo, se preguntaba por qué él se querría acercar a ella con ese feo aspecto y mal olor que cargaba.
—¡Ya la vio! —gritó, asustada— Lo que quiere hacer ahora es tocarla. Por favor…no se acerque—pidió, sin querer tenerlo más cerca.
—No pretendo hacerte daño, solo quiero ver el tesoro que has encontrado. Me ha parecido interesante. — Ante sus suaves y amigables palabras, la joven bajó la guardia y dejó que él se acercara.
Observó la vieja caja de música y después ella la pegó a su pecho, era su tesoro.
—¡Es mía! ¡Es mía! ¡Yo la encontré y yo me la quedo! — Exclamó de forma posesiva—. No se la pienso dar. Este es mi tesoro y solo mío. ¡Mi tesoro!
—Tranquila. — El hombre elevó los brazos y miró a los alrededores, ambos estaban llamando la atención de las personas cercanas que paseaban por allí.
—¿Esa mujer lo está molestando? — Un hombre se acercó a ellos, interesado en la situación.
Ariel retrocedió, a punto de huir, miró al hombro y la recién llegado, retrocediendo, queriendo marcharse. Parecía un ratoncito asustado.
—No, no es el caso, pero gracias. —Con aquellas palabras y una severa mirada, Alejandro alejó al hombre que se metía en la charla de ellos dos—. ¿Cuál es tu nombre? — Volvió a avanzar hacia ella, con pasos lentos y cautelosos. No queriendo perder el avance que había hecho en la confianza de ella. Le sonrió, intentando calmarla
—Ariel.— Nuevamente se sentía cómoda, sin miedo, sosteniendo su caja de música para no perderla.
—Soy Alejandro Fendi. — Se presentó él.
—Tiene el mismo apellido que el centro comercial. — Dijo Ariel entre risas, pareciéndole muy gracioso que alguien llevara el apellido del nombre centro comercial.
—Es mi centro comercial— Respondió con calma, pero Ariel siguió riendo, considerando que se trataba de una broma, él no se molestó en insistir, también se rio con ella—. Ariel, ¿quieres ir a almorzar conmigo? Me gusta tu sonrisa, creo que tengo algo que ofrecerte, una propuesta a la que no podrás negarte. Y cuando digo que no, realmente no podrías negarte. — Aquellas palabras ya no fueron suaves y solo hicieron estremecer todo el cuerpo de Ariel.
El chofer le abrió la puerta del coche a su jefe y Alejandro invitó a Ariel a entrar primero.
Los pies de la joven se movieron en obediencia al hombre que antes parecía muy amable y que ahora parecía exigirle.
Entró al coche en silencio, tan solo siguiendo su orden.
¿Por qué no pudo negarse?
Ariel estaba en la cocina, terminando de preparar unas palomitas y cortando gajos de manzana bañados en caramelo. Era su primer Halloween en casa con Ulysses, al menos el primero que él recordaría, porque con los anteriores estaba muy pequeño, y estaba decidida a hacerlo especial, aunque prefería que la noche fuera tranquila y sin demasiados sobresaltos.Pero Alejandro y Ulysses tenían otros planes.Siempre tenían sus planes, eran como dos conspiradores que siempre planeaban algo.Mientras ella se ocupaba en la cocina, Alejandro y Ulysses se escondían en la sala, ultimando los detalles de una pequeña broma que habían planeado. Alejandro colocó un espejo grande en la esquina más oscura de la sala, ajustando una pequeña linterna detrás del marco para que proyectara un leve resplandor, justo lo suficiente como para crear una atmósfera inquietante. Ulysses, emocionado, estaba disfrazado de fantasmita, con una sábana blanca que le quedaba adorablemente grande, y unos ojitos asomando por do
El avión privado surcaba el cielo.En el interior, Ariel dormitaba en uno de los asientos, una manta ligera sobre sus piernas y una expresión de paz en su rostro. Alejandro sonrió mientras miraba a su esposa; las pastillas para el mareo habían hecho su efecto, y eso significaba que él tendría la misión de cuidar de Ulysses durante el vuelo.—Papá, ¿ya llegamos? —preguntó una voz menuda y curiosa a su lado.Alejandro se volvió hacia su hijo, un pequeño de cabellos rubios que caían en suaves ondas sobre su frente y con unos ojos verdes brillantes, idénticos a los de su padre. El niño lo miraba con impaciencia, moviendo sus piernitas con energía y una sonrisa encantadora que ya sabía usar para salir de apuros.—Aún no, campeón —le respondió Alejandro con una sonrisa paciente mientras acariciaba la cabecita de su hijo—. Nos falta un poquito más para llegar a Italia.Ulysses frunció el ceño, mirando por la ventana, como si eso pudiera acelerar el viaje. Luego, sin previo aviso, soltó un su
Era una mañana tranquila. Ariel estaba sentada frente a un gran desayuno, y Alejandro la observaba desde el otro lado de la mesa con una mirada llena de amor y atención que se le escapaba a través de la sonrisa que apenas intentaba disimular. Todo parecía normal, hasta que ella, de repente, se llevó una mano al vientre y frunció el ceño.—¿Todo bien?— preguntó Alejandro, levantando las cejas, alerta.Ariel asintió, con una sonrisa leve mientras le hacía un gesto despreocupado.—Sí, solo… una contracción, pero es muy leve— respondió mientras tomaba otro bocado de su pan tostado.Alejandro dejó la taza de café en la mesa, entrecerrando los ojos mientras la observaba con una gran cantidad de inquietud y emoción. Ese era el día, lo sentía. Habían pasado semanas esperando el momento, y aunque Ariel parecía tranquila, él estaba seguro de que el parto estaba a punto de empezar. Se levantó y empezó a recoger las cosas de la mesa con una eficiencia exagerada.—Voy a preparar el coche— dijo, mi
Alessia se encontró frente a la tumba de su hermana Annie. Las lágrimas ya habían comenzado a formarse en sus ojos incluso antes de llegar, su corazón latiendo con un dolor que no conocía respiro ni olvido.El cementerio estaba tranquilo, las lápidas alineadas en silenciosa solemnidad bajo un cielo que lloraba una fina llovizna, como si el mismo cielo compartiera su duelo. Caminó lentamente hacia la tumba, sus pasos resonando en el sendero húmedo, cada uno más pesado que el último.Al llegar, se arrodilló lentamente frente a la lápida, el frío del mármol impregnando sus rodillas a través del delgado tejido de su vestido. Colocó un ramo de flores blancas, las favoritas de Annie, junto a la piedra, sus dedos temblorosos acariciando las letras grabadas en la superficie.Con un sollozo que se rompió en el aire, Alessia comenzó a hablar, su voz un susurro roto entre lágrimas.—Annie, mi pequeña... lo siento tanto. He venido a decirte que... que te perdono, aunque nunca debí haber necesitad
Alejandro y Ariel llegaron a la imponente sede del bufete Clinton, el cielo oscureciéndose sobre ellos, proyectando una atmósfera tan cargada como la ocasión misma. Al entrar al lujoso edificio, los pasos de Alejandro resonaban con determinación, mientras Ariel, a su lado, llevaba una expresión de calma serena que contrastaba con la tensión que inevitablemente se acumulaba en el aire.La recepcionista los saludó con una sonrisa profesional, pero su mirada vaciló por un instante al reconocer a Ariel, una señal de que la sorpresa ya comenzaba a tejerse detrás de bambalinas. Los guio a través de pasillos impecablemente decorados hasta una sala de conferencias donde el señor Clinton y Abigail ya los esperaban.Al abrirse las puertas de la sala, la expresión de desconcierto y sorpresa en el rostro de Abigail era palpable. Su padre, al ver a Ariel, no pudo disimular un fruncir del ceño, claramente desconcertado y algo perturbado. Alejandro, con una sonrisa tranquila pero cargada de signific
En la penumbra de su oficina lujosamente amueblada, Alejandro miraba fijamente los documentos esparcidos sobre el escritorio.Cada página de las páginas era una prueba del intrincado juego de ajedrez en el que se había embarcado. No era solo una venganza; era una reivindicación meticulosamente orquestada.El reloj marcaba las 8 p.m. y la ciudad a través de las ventanas empezaba a iluminarse con miles de luces. Alejandro recogió su teléfono y marcó un número. La llamada fue breve: su gestor de inversiones, un hombre astuto que Alejandro había contratado para esta delicada operación, confirmó su llegada. Dentro de unos minutos, estaría allí para discutir el último movimiento de Alejandro en este elaborado plan.Cuando el señor Landon, su gestor, llegó, traía consigo un portafolio que contenía las últimas adquisiciones de Alejandro. Saludaron con un apretón de manos, y sin más preámbulos, Landon desplegó los documentos sobre la mesa.—Todo está procediendo según lo planeado, Alejandro. L
Último capítulo