Narrador
Valeria temblaba al ver el cañón del arma apuntándole directo al rostro. Su corazón hecho trizas latía con dificultad, mientras en su mente no dejaba de repetirse la misma pregunta: ¿en qué momento se había equivocado al enamorarse de Marcelo? Sentía que estaba pagando un castigo cruel, una especie de condena sin sentido. Aun así, no iba a ceder, no iba a rogarle a Mérida por su vida. Prefería morir con dignidad que arrodillarse ante semejante mujer.
Mérida la observaba con una frialdad escalofriante. No mostraba el menor temblor en su mano, ni un ápice de duda. Pero, como si el destino quisiera intervenir, su teléfono comenzó a sonar con insistencia, un timbre agudo que rompía el silencio con urgencia. Fastidiada, bajó el arma para contestar.
—¡Espero que lo que tengas que decir valga la pena! —gruñó, cargada de rabia.
Al otro lado de la línea, la voz de Samantha respondió con sarcasmo.
—No me hables así, querida suegrita. Necesito hablar contigo con urgencia. Tenemos asunto