Punto de vista de Samantha
Satisfecha por la humillación que acabábamos de hacerle pasar a la nueva prometida de Marcelo, bebí mi última copa de vino con una sonrisa triunfal.
—Querida, gracias por apoyarme. No voy a permitir que esa mujer se case con Marcelo —dijo Mérida, abrazándome con complicidad.
—Descuida, suegra, siempre podrás contar conmigo. Somos familia —le respondí con firmeza.
Me despedí poco después y pedí un auto para regresar a casa. Alan debía estar esperándome. Lo amaba con una intensidad que me sorprendía a mí misma, aunque últimamente nuestra relación se estaba volviendo un poco complicada. No todo era tan perfecto como aparentaba ser, pero él lograba hacerme feliz, y eso, en definitiva, era lo único que importaba.
Al llegar, abrí la puerta y noté que todo estaba a oscuras. Eran apenas las ocho de la noche, demasiado temprano para que ya estuviera dormido.
—Amor, ya estoy en casa. Alan, mi amor, ¿dónde estás? —llamé, recorriendo cada rincón. Pero era claro que no