Capítulo 38

Al día siguiente, no lo vi en toda la mañana. Pietro había salido temprano, más temprano de lo habitual, sin despertarme. Por un instante, pensé que tal vez estaba tomando distancia. Que necesitaba espacio. No lo culpaba. Después de todo, lo había sacudido con una verdad que llevaba meses enterrada.

Decidí no agobiarlo. Me mantuve en mi rutina. Caminé un poco por el jardín, traté de leer, incluso intenté dormir una siesta, pero la inquietud se instalaba en mi pecho como una piedra pesada. Las horas pasaban con una lentitud insoportable, y cada sonido ajeno me hacía levantar la vista con la esperanza absurda de que fuera él regresando.

Cuando regresé a nuestra habitación en la tarde, abrí la puerta y me encontré con un mar de rosas. Literalmente. Rosas rojas, blancas y rosadas cubrían cada rincón. Había pétalos sobre la cama, en el suelo, en el tocador. Un jarrón enorme ocupaba el centro del cuarto, y un perfume dulce, embriagador, llenaba el aire.

Me quedé inmóvil, incapaz de procesar
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