Un matrimonio por contrato, pero aquella noche a ambos se les olvidó que lo de nosotros no era real. Con las copas de champagne en la cabeza, nos dirigimos tambaleantes a mi habitación. La puerta se cierra tras nosotros, sellando el aire cargado de expectativa y deseo. No pienso, no analizo, solo siento.
Sus manos recorren mi cuerpo con una firmeza contenida, como si se permitiera solo por esta vez despojarse de su habitual reserva. Sus labios encuentran mi cuello y su aliento tibio me eriza la piel. Cierro los ojos y me entrego al momento, al calor de su boca, al roce de sus dedos explorando mi piel como si tuviera algún derecho sobre ella.
Lo deseo. Lo deseo como nunca he deseado a otro hombre. Y aunque sé que para él esto no significa nada, aunque mañana todo volverá a ser frío y calculado, esta noche es mío. Me pertenece. Nos pertenecemos.
—Eres hermosa—murmura contra mi piel, besando mi clavícula. —Mia.
Me estremezco. Su voz profunda y ronca es un anzuelo del que ya no puedo esc