Desperté temprano, como si algo dentro de mí me hubiese obligado a abrir los ojos antes de lo habitual. Miré el reloj en mi celular. 9:00 a.m.
Joder. No era temprano. Nunca había dormido tanto en toda mi vida.
Estaba sola.
Pietro ya no estaba a mi lado. Me quedé allí, tendida sobre las sábanas frías, buscando alguna señal de su presencia.
Solté un suspiro y me levanté de la cama. La habitación se sentía más grande, más vacía sin él. Como si el eco de su ausencia llenara cada rincón, recordándome que, aunque había pasado la noche entre sus brazos, al final yo solo ocupaba el lugar que me había sido asignado. Soy su esposa, sí. Pero también soy un adorno, una pertenencia más.
Me apresuré a entrar al baño, quitándome la ropa casi sin pensar. Mientras el agua caliente recorría mi piel, comencé a notar los detalles que mi cuerpo guardaba del encuentro de anoche. Zonas enrojecidas por sus besos, por la fuerza con la que me había tomado. No pude evitar sentir una mezcla de vergüenza y de