Como si hubiera obtenido una respuesta, sentí una corriente de aire que acariciaba mi rostro. Luego de sonreír, cerré el ataúd para que los demás pudieran entrar.
—Listo, amor —miré a Zayd que estaba en compañía de su padre y de su hermana —. No sé si ustedes se van a despedir de ella.
—Ya lo hicimos —Maryam se acercó a mí y me abrazó con fuerza —. Gracias por no dejarnos solos en un momento como este, cuñada.
—No tienes que agradecer, ustedes son mi familia y jamás los voy a dejar solos en un momento difícil —acaricié la espalda de Maryam —mi pequeña hermanita.
Sentí las lágrimas de Maryam deslizarse por mi pecho, ella sollozaba y sabía bien que se quería mantener fuerte.
—Llora, pequeña, llora. Porque al final de cuentas, la persona que se encuentra en ese ataúd es tu madre y sé muy bien el dolor que estás sintiendo en estos momentos.
Qué ironías de la vida, la misma enfermedad que me había arrebatado a mi madre, también lo había hecho con la madre del hombre que amaba. Sabía mejor