Clara.
Su sonrisa perfecta seguía dándome vueltas en la cabeza. Su comentario. La forma en que sostuvo a Sofía. El modo en que apareció justo cuando yo había leído esas palabras.
Y el diario… ese cuaderno azul que había dejado escondido en el fondo de mi cajón, como si pudiera olvidarlo. Pero no podía. Porque lo que decía ahí, esa voz que hablaba desde el pasado, empezaba a sonar cada vez más cercana.
Cuando Sofía terminó de alimentarse y se quedó dormida sobre mi pecho, la acomodé en su cuna con suavidad y me senté en el borde de la cama con el diario entre las manos. Dudé unos segundos. Luego pasé la primera entrada. Esa donde ella hablaba del amor, de su deseo de huir, de la esperanza de una vida nueva al lado de ese hombre. Era ingenua, casi infantil. Dolorosamente dulce.
Pasé las páginas con cuidado, buscando otra entrada. Algo más. Y entonces lo encontré. La letra era la misma, pero el trazo había cambiado. Más apretado. Más desordenado. Como si ya no escribiera por amor… sino p