El vestido era sencillo, sin bordados exagerados ni telas brillantes. Blanco marfil, con una caída suave que acariciaba el suelo y mangas que envolvían mis brazos con delicadeza. Me quedé en silencio frente al espejo, observando no solo el vestido… sino a mí misma.
Jamás me imaginé aquí. Viva. Entera. En paz.
Tantos años huyendo de sombras que ya no me alcanzaban. Tantas veces diciéndome que el amor era algo que no podía tocar. Y, sin embargo… ahí estaba. De pie. Esperando el momento de caminar hacia el hombre que había vencido, uno por uno, todos mis miedos.
Me toqué el cuello con los dedos temblorosos. Donde antes había vacío, ahora había promesa. Vida.
La puerta se abrió sin que nadie tocara. Me giré con el corazón acelerado.
Era Mateo.
Entró con cuidado, como si tuviera miedo de romper el instante. Vestía un traje impecable, el cabello peinado hacia atrás y esa mirada que, aunque tranquila, siempre me encontraba.
Pero no venía solo.
A su lado estaban ellas.
Sofía con un vestido bla