Verlo ahí, frente a mí, fue como recibir una descarga eléctrica que recorrió todo mi cuerpo. El aire se volvió denso, y hasta el clima parecía imitar aquella tarde en que lo conocí por primera vez. Lo reconocí antes de que abriera la boca.
—Me gustaría encontrar a una señorita dispuesta a pasar el resto de su vida a mi lado. ¿Tienen algo así por aquí?
—Lo lamento, caballero. Esa clase de pedidos no solemos tenerlos en inventario. Tal vez pueda encontrarla en otro lugar.
Yo quería lanzarme a su cuello, besarlo, decirle que lo amaba y que nada me haría más feliz que vivir a su lado. Pero no podía. No debía. El amor —ese amor— seguía siendo un territorio prohibido para mí.
Me di la vuelta y comencé a alejarme, pero su voz me alcanzó al primer paso.
—Rocío, por favor… espera un momento.
Lo sentí acercarse, sus pasos detrás de los míos. Me detuve, pero no me atreví a mirarlo.
—No me ignores —suplicó—. No hagas esto más difícil de lo que ya es.
—Mateo, por favor… no hagas esto. No lo compli