98. OCTAVIO

VICTORIA:

Su respuesta resonó como un eco en mis pensamientos, cargando consigo el peso de decisiones que ni siquiera recordaba haber tomado. Había despedido a Octavio, sí, pero ¿por qué? Una maraña de emociones y recuerdos se cruzaron, desordenados, como piezas de un rompecabezas que nunca encajaron.

—Yo no te despedí, Octavio. Nunca lo hice —aseguré con firmeza—. Pensé que seguías cuidándome desde las sombras, te he visto muchas veces. ¿Cómo puedes pensar que hice eso?

Octavio se quedó en silencio, cruzando la estancia con pasos seguros y lentos. Recorrió el espacio y se detuvo frente a mí, esperando alguna explicación.

—¡No lo hice! —repetí ante su mirada escrutadora—. ¿No viste cómo te hice la señal del cabello de mi madre? ¡Juro ante su tumba que siempre me sentí segura porque creía que me cuidabas! Es más, seguí pagando tu sueldo y el de tus hombres; tengo las pruebas.

Octavio entrecerró los ojos, intentando descifrar la veracidad de mis palabras sin querer buscarlas en
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