ALBERTO MONTENEGRO:
Observé en silencio desde el sillón de cuero negro la acalorada discusión que se desarrollaba frente a mí. Como abogado de la familia Montenegro durante más de treinta años, estaba acostumbrado a mediar en situaciones tensas, pero ver a mi caprichosa sobrina Victoria enfrentarse a Ricardo Montero era un espectáculo particular que me llenaba de interés.
Desde mi posición privilegiada en el despacho, podía estudiar cada movimiento de ambos. Victoria, con su característico temperamento caprichoso, acostumbrada a salirse con la suya desde que nació, mantenía los puños cerrados, mientras sus ojos verdes, tan parecidos a los de mi difunto amigo, echaban chispas. Me había pedido expresamente que sacara del contrato el matrimonio; lo hice para ver la reacción de él. Ricardo Montiel, por su parte, conservaba la calma y la en