84. LA LLEGADA DE CARLOS

VICTORIA:

La mañana llegó sin que me percatara; todo estaba oscuro y la tormenta no había pasado todavía. Ricardo dormía profundamente a mi lado. Me quedé quieta, sin querer despertarlo. Pero la necesidad de ir al baño me obligó a levantarme. Recordaba claramente lo que me había dicho la noche anterior. No podía dejar que esas palabras me engañaran. Ricardo no me amaba; eso era claro, sólo tenía la obsesión de que un hijo suyo no se criara sin un padre como él.  

Al salir del baño, lo vi todavía dormido, abrazado a mi almohada, pero tenía hambre. El embarazo parece que me obliga a comer. En silencio, me vestí bien abrigada porque el frío era intenso. Me sentía adormilada todavía. Abrazada a mi propio cuerpo, avancé por el pasillo rumbo al restaurante. Por suerte, estaba caliente, con una hermosa chimenea en
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