Desperté con un dolor punzante en la cabeza y una confusión que nublaba mis pensamientos. Los recuerdos de la noche anterior eran fragmentos inconexos que se mezclaban en mi mente: el club, las bebidas, papeles, firmas... y luego una extraña habitación. Me incorporé bruscamente al recordar todos esos detalles. Algo andaba terriblemente mal.
Ignorando el malestar que me atravesaba el cuerpo, me vestí apresuradamente, sin prestar atención a la mujer dormida a mi lado. Solo alcancé a ver su largo cabello negro extendido sobre la almohada antes de salir. En otras circunstancias, quizás me habría detenido a recordar cómo llegué allí con ella, pero ahora solo podía pensar en los documentos que recordaba vagamente haber firmado. Conduje hasta la empresa que había construido durante años, mientras fragmentos de la noche anterior me atormentaban: la mujer del vestido rojo en el club, las copas que Santiago insistía en que bebiera, papeles siendo deslizados frente a mí. ¿Qué demonios había sucedido en ese lugar? Se suponía que solo fuimos a encontrarnos con una cliente para firmar un acuerdo millonario. Al llegar, noté algo diferente en la actitud de los empleados. Las miradas esquivas y los murmullos me siguieron hasta mi oficina, donde encontré a Santiago, mi socio de confianza, sentado en mi silla. —¿Qué significa esto? —exigí, sintiendo cómo la rabia comenzaba a bullir en mi interior. Mi socio Santiago sonrió con malicia mientras deslizaba un documento sobre el escritorio. —Tu firma está aquí, Ricardo. Ayer transferiste tus acciones. La empresa es mía ahora —dijo con una sonrisa de triunfo. No pude contenerme. La rabia explotó en mi interior al comprender la magnitud de su traición. Sin pensarlo, mi puño se estrelló contra su rostro, provocando que la sangre brotara de su labio. —¡Seguridad! —gritó mientras se limpiaba la sangre—. Escolten al señor Montiel fuera del edificio. Ya no es bienvenido aquí. Mientras los guardias me arrastraban hacia la salida, Santiago se acercó y me susurró al oído: —Deberías saber ahora de quién es esta empresa. No tienes derecho a montar un escándalo aquí. Todo se hizo legalmente, aunque necesitaras un poco de ayuda para firmar —se detuvo al ver cómo forcejeaba, antes de agregar—. Espero que el regalo de consolación haya hecho su trabajo. A ver cómo sales de esta. Y se echó a reír, alejándose de regreso al interior de la empresa que tanto sudor y esfuerzo me había costado. Salí tambaleándome del edificio, con la ira corriendo por mis venas y la humillación quemándome por dentro. En ese momento, juré que esto no se quedaría así. Santiago pagaría por su traición, y recuperaría lo que era mío, sin importar el costo. No podía dejar que la rabia me cegara. Necesitaba claridad, un plan que me permitiera recuperar lo que me pertenecía y, de paso, hundir a Santiago en el mismo abismo en el que él me había arrojado. Había sido drogado y manipulado, eso era evidente, pero ¿hasta qué punto? Y lo más inquietante: ¿quién era la mujer que ahora dormía en esa habitación y por qué Santiago me había dicho eso? Decidí regresar al lugar donde me había despertado. Si iba a encontrar respuestas, tal vez ella sería el primer paso. Quizás sabía algo, o tal vez había sido parte del plan de Santiago. No podía descartar nada. Recordaba vagamente a la nueva asistente que Santiago había contratado hace apenas un mes; siempre tan servicial, siempre tan cercana, y ahora entendía su verdadero papel en todo esto. ¿Sería con ella con quien pasé la noche? ¿Qué nueva trampa me habían tendido? ¿Me irían a acusar de violador? ¡Eso era lo único que me faltaba! Saqué mi teléfono y marqué el número de mi abogado. Necesitaba revisar cada documento, cada transacción de los últimos días. Si habían manipulado mi firma, tenía que haber alguna evidencia. Pero las palabras de Santiago me inquietaban: "Todo se hizo legalmente". ¿Qué tan bien planeado estaba todo esto? Con el teléfono pegado al oído, escuché la voz firme y siempre mesurada de Javier, mi abogado, un hombre al que confiaba mi vida. —Ricardo, ¿qué sucedió? —preguntó con evidente preocupación apenas contestó la llamada. —Necesito que revises todo, cada contrato, cada transacción de los últimos días. Santiago me traicionó y me quitó la empresa. Mi firma está en los documentos, pero estoy seguro de que me manipuló de alguna manera —respondí, dejando que la desesperación se colara en mi voz. Javier guardó silencio unos instantes, procesando todo lo que le había dicho. —Ya me parecía extraño que cedieras la empresa así como así —soltó finalmente—. Pero Ricardo, lamento decirte que por lo que estoy viendo, Santiago blindó todo legalmente. Demostrar el fraude será una batalla cuesta arriba, y necesitarás recursos que ahora mismo no tienes, considerando que todo lo invertiste en la empresa. Pero como siempre, cuenta conmigo. —Gracias, Javier, no hagas nada hasta que te avise —colgué sintiendo el peso del mundo sobre mis hombros. Me dirigí al club, necesitaba algo fuerte para aplacar tanto la resaca como la amargura. Me desplomé en la barra, derrotado. Años de esfuerzo reducidos a nada. —Lo más fuerte que tengas —ordené, sacando mi billetera, donde apenas quedaban unos pocos billetes. Estaba a punto de reconsiderar el pedido cuando una voz grave me interrumpió. —Sirve dos y ponlos a mi cuenta —giré la cabeza para encontrarme con un hombre de unos cincuenta años, acompañado por una impactante joven. Su brillante cabello negro desató un torrente de recuerdos fragmentados de la noche anterior. Esto no podía estar pasando. ¿Sería ella a la que…? —Ricardo Montiel —pronunció el hombre mi nombre con firmeza—. Por esa mirada que acabas de dirigir a mi sobrina, supongo que sabes exactamente por qué estamos aquí. Usted y yo tenemos una seria conversación pendiente sobre lo que sucedió anoche con Victoria. Miré al señor delante de mí; lo conocía muy bien. Era Alberto Montenegro, y me estudiaba fijamente. ¿A esto se refería Santiago cuando dijo que a ver cómo salía de esto? ¿Me habían llevado a violar a su sobrina? La miré, casi escondida detrás de él, visiblemente avergonzada por la situación. Pero no parecían que vinieran a acusarme. Después de todo, pudiera ser que sacara algo de provecho de este asunto. —Seré directo, señor Montiel —dijo con autoridad colocando uno de mis gemelos de oro delante de mí en el bar, prueba irrefutable que había sido yo quien había estado con ella—. Su esposo está acusando a Victoria de infidelidad con usted por lo sucedido, para quedarse con todo en el divorcio. Usted es quien lo hizo, por lo que tiene que arreglarlo. —¿Y qué espera que haga? —pregunté, con amargura al ver la nueva trampa. —Quiero que testifique que nunca hubo nada entre ustedes y que fue una trampa lo que le hicieron —dijo directo—. No sé qué le prometieron esos que le hicieron esto a mi sobrina, pero créame, no creo que quiera usted meterse conmigo y volverse mi enemigo.