2. PESADILLA AL DESPERTAR

Dentro de mi oscuridad, sentía como mis ropas salían de mi cuerpo mientras el calor seguía subiendo descontroladamente. Mi piel ardía con una sensación extraña; cada poro lo sentía despertando a una realidad que mi mente rechazaba. Era un fuego que nacía desde adentro, incontenible, ajeno a mi voluntad.  

 Intentaba moverme, pero mi cuerpo no respondía a mis órdenes, atrapado en una parálisis que contrastaba cruelmente con las sensaciones que me recorrían. Estaba atrapada en dos mundos opuestos: uno donde mi mente gritaba en silencio y otro donde mi cuerpo respondía a estímulos que no podía controlar.  

— No te muevas así —escuchaba una voz que me decía en medio de mi oscuridad. No podía saber lo que me estaba sucediendo en ese momento; solo existía esta oscuridad interminable y el incesante y abrazador calor. —No hagas eso. 

 El tiempo se volvió líquido, escurriéndose entre momentos de lucidez y oscuridad total. Mi respiración se agitaba sin mi permiso, mientras una neblina espesa nublaba cada vez más mis pensamientos. Mi mente flotaba en una espesa niebla, donde las sensaciones y los sonidos llegaban distorsionados, como ecos lejanos de una realidad que se me escapaba. El tiempo perdió su significado. ¿Minutos? ¿Horas? Todo se fundía en una espiral confusa de fragmentos inconexos.  

 Sentía manos sobre mi piel, pero no podía distinguir si eran reales o parte de esta pesadilla febril. Era una marioneta sin hilos, abandonada a merced de sombras que no alcanzaba a identificar.  

— Shh... —susurraba aquella voz desconocida, mientras mi conciencia se diluía cada vez más en ese pozo de oscuridad.  

  Abrí los ojos, sintiendo su pesadez, adaptándose a la penumbra de la habitación. El frío me golpeó de repente, y fue entonces cuando me di cuenta: ¡estaba desnuda sobre la cama de una habitación desconocida!  

 Mi corazón comenzó a latir con fuerza mientras los fragmentos confusos de la noche anterior se mezclaban en mi mente. Imágenes sueltas, como fotografías movidas, aparecían y se desvanecían antes de poder comprenderlas. El calor de unas manos… Mi ropa saliendo de mi cuerpo, ¿era real o lo había soñado?  

 La oscuridad, aquella voz susurrando en mi oído y que ahora no lograba recordar lo que decía. ¿Había sido real? Me incorporé de golpe, sintiendo un mareo que me obligó a sostenerme de las sábanas. La habitación giró a mi alrededor mientras mi mente luchaba por distinguir entre realidad y pesadilla. ¿Por qué Ana me había hecho eso? Recordaba la primera copa, el sabor dulce, pero después…, después todo se volvía borroso. ¿Habrían atrapado a Ana? No creía que mi mejor amiga me tendiera una trampa como esa. ¡Eso era descabellado!  

 Estaba por levantarme y escapar de esa pesadilla cuando de pronto la puerta se abrió de golpe. Ahí estaba mi esposo Carlos, inmóvil en el marco, con una expresión que jamás le había visto antes. Sus ojos recorrieron mi cuerpo desnudo y luego la habitación, deteniéndose en cada prenda esparcida por el suelo.  

— Así que era cierto, Victoria —masculló entre dientes, dando pasos lentos por la habitación con la voz quebrada por la rabia—. Todo este tiempo... ¿con quién fue?  

 Intenté cubrirme con las sábanas, desesperada por explicar algo que ni yo misma entendía. ¿Cómo explicar lo que había sucedido si no me acordaba de nada?  

— Carlos, no... yo no sé qué pasó, te lo juro…  

— ¿No sabes qué pasó? —su risa amarga resonó en las paredes—. Estás desnuda, en una habitación de hotel. ¿Qué más necesito saber? Dime con quién te revolcaste, Victoria.  

 Las lágrimas comenzaron a brotar mientras la confusión y el miedo se mezclaban en mi pecho.  

— Por favor, escúchame —traté de hablar, de decir mi verdad—. No recuerdo nada, desperté así, no sé cómo...  

— Ahórrate las excusas —me cortó, con los puños apretados—. Ya vi suficiente.  

 Carlos arrojó unos papeles sobre la cama; las fotografías se esparcieron mostrándome en poses comprometedoras con un hombre cuyo rostro no se distinguía bien. Mi estómago se revolvió al verlas; esas imágenes eran falsas, ¡tenían que serlo!  

— ¡Eres una cualquiera! —gritó fuera de sí, golpeando la pared con el puño. El estruendo atrajo a varios huéspedes que se asomaron curiosos desde el pasillo.  

— ¡Carlos, por favor! Esas fotos no son reales, yo no... —supliqué entre lágrimas, aferrándome a la sábana que cubría mi cuerpo.  

— ¿No son reales? ¿Y qué haces desnuda en esta habitación? —su risa amarga me heló la sangre—. No soy estúpido, Victoria. Mañana mismo hablo con mi abogado.  

Se dirigió hacia la puerta, deteniéndose un momento sin mirarme, con una mirada de desprecio y me pareció…,  ¿triunfo?  

— Quiero el divorcio —sentenció con voz fría—. No quiero volver a verte.  

 La puerta se cerró con un golpe seco, dejándome sola con mi desesperación y un montón de preguntas sin respuesta. ¿Quién había tomado esas fotos? ¿Cómo habían llegado a manos de Carlos? El peso de su dolor me aplastaba el pecho, aunque sabía que yo no había hecho nada de lo que me acusaba.  

 Me senté en el borde de la cama, todavía temblando mientras sostenía las fotografías entre mis manos. Ana. Tenía que encontrarla. Era la única que podía ayudarme, la única persona que sabía todo lo que había ocurrido anoche. Pero había desaparecido. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado con ella? Mi respiración se aceleraba mientras una nueva ola de ansiedad me golpeaba.  

 Me levanté, tomando mi teléfono, pero no había señales de mensajes ni llamadas de Ana. Traté de llamarla, pero su número no se conectaba. Mi mente se llenó de imágenes: las fotos extendidas sobre la cama, el rostro de Carlos lleno de furia y la oscuridad de la noche en que todo comenzó. Ese hombre que había entrado a la suite, ¿quién era realmente? Tenía que encontrarlo.  

— No me puede estar pasando esto —dije, aferrándome a la cama mientras sentía que el caos se apoderaba una vez más de mis pensamientos—. ¡Tengo que descubrir quién me hizo esto!  

 Mientras recogía mi ropa del suelo, un pequeño objeto brillante llamó mi atención bajo la cama. Era un gemelo de oro con las iniciales “R.M.” Lo guardé en mi bolso sin pensarlo demasiado, aunque en ese momento no sabía lo importante que sería ese pequeño detalle.  

 Me puse mi ropa y salí de la habitación. Mi corazón tamborileaba en mi pecho mientras recorría el pasillo del hotel, buscando cualquier pista que pudiera llevarme a Ana. La recepcionista me miró con desdén, pero no me importaba. Pregunté por ella, describí su ropa, su cabello, su sonrisa, pero la respuesta fue siempre la misma: no la habían visto.  

 Me acompañaba una inquietante sensación de desamparo. No podía perder a Carlos. Necesitaba demostrarle que las fotos eran una mentira, que no lo engañé, que me tendieron una trampa. Él estaba demasiado herido y lleno de rabia como para escucharme siquiera. Si tan solo no hubiera venido a este lugar.  

Las horas pasaban y mi desesperación crecía. Mis manos temblaban mientras revisaba una y otra vez mi teléfono. Las lágrimas caían cada vez que veía la foto de Carlos. ¿Cómo había pasado de tener una vida perfecta a perderlo todo en una sola noche, una vez más?

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App