Una noche en la trampa y: ¡Gané un esposo CEO!
Una noche en la trampa y: ¡Gané un esposo CEO!
Por: Bris
1: LA INVITACIÓN DE ANA

Han pasado tres meses desde aquel aciago día en que, inesperadamente, perdí a mis queridos padres en un trágico accidente de auto. Ese día no solo perdí a las personas que más amaba, sino también mi libertad al verme obligada a heredar el imperio de mi familia. Y, para colmo, mi esposo, Carlos, cada vez está más ausente: apenas nos vemos en casa, no contesta mis llamadas y, cuando lo hace, es con un escueto mensaje.  

 El golpeteo de tacones sobre el mármol me sacó de mis pensamientos. Ana, mi mejor amiga desde la universidad, apareció en el umbral de la puerta con esa sonrisa radiante que siempre parecía iluminar cualquier habitación.  

— Suficiente por hoy, workaholic —declaró Ana, acercándose al escritorio de caoba que antes pertenecía a mi padre—. No puedes seguir enterrándote en trabajo para evadir el dolor.  

 Dudé un momento, mi mano instintivamente buscando el celular. La foto de Carlos iluminó la pantalla mientras marcaba su número. Un tono, dos, tres... Buzón de voz, como siempre últimamente.  

— Carlos no contesta —murmuré, con una punzada de dolor atravesándome el pecho. Las cenas solitarias y la frialdad en sus ojos se habían vuelto mi nueva rutina.  

— Con más razón necesitas esto —Ana tomó mi bolso y prácticamente me arrastró fuera de la oficina.  

El Bentley de Ana nos llevó hasta el Club Luxe, un imponente edificio art déco en la zona más exclusiva de la ciudad.  

— ¿El Luxe? —pregunté, reconociendo la fachada—. Ana, sabes que mi padre...  

— Tu padre era socio fundador, lo sé —me interrumpió mientras descendíamos del auto—. Este lugar también es parte de tu legado.  Por eso vinimos aquí, es seguro.

 El vestíbulo, con sus candelabros de cristal y mármol negro veteado en oro, desprendía el mismo lujo discreto que recordaba. El maître me reconoció con una leve reverencia, y atravesamos el salón principal donde una orquesta de jazz amenizaba la velada. Ana me guió hacia el ascensor privado que conducía al piso VIP, un espacio exclusivo reservado para los miembros más selectos.  

El club era todo lo que cabría esperar de un establecimiento frecuentado por la élite: luces tenues, música suave y personal discreto que se movía como sombras atendiendo a los clientes. La suite VIP que Ana reservó tenía vista a la ciudad y mobiliario que gritaba exclusividad.  

 El ambiente era sofisticado. Nos acomodamos en uno de los elegantes sillones de terciopelo mientras un camarero de smoking nos entregaba la carta de bebidas. Ana la rechazó con un gesto casi brusco; parecía que tuviera todo calculado. Noté que sus dedos tamborileaban nerviosamente en la mesa mientras susurraba algo al camarero, quien asintió con una extraña complicidad. La observé con curiosidad. Nunca la había visto nerviosa en nuestras salidas.  

— ¿Sucede algo, Ana? —pregunté al verla así—. Si es el dinero...  

— ¡No, no es eso! Quiero que hoy sea un día inolvidable para ti. Te va a encantar lo que pedí —me aseguró con un guiño gracioso—. Este lugar tiene los mejores cócteles de la ciudad.¡Me encanta!  

 Me removí incómoda en el asiento. No había estado aquí desde la última vez que vine con mi padre, hacía ya más de un año. Me costaba relajarme por completo; mi mente seguía atrapada en los pendientes del trabajo y, por supuesto, en las innumerables preguntas sin respuesta sobre Carlos. Los recuerdos amenazaban con abrumarme, pero Ana, con su inagotable energía, parecía tener la misión de distraerme. Una copa de martini apareció en mi mano antes de que pudiera protestar.  

— Brinda conmigo —dijo, animada—. Hoy es una noche para olvidar todo.  

Traté de seguirle el juego, de sonreír, pero mi mirada terminó perdida en uno de los ventanales que mostraban la bulliciosa ciudad abajo. Luego en la copa del elegante martini que tenía frente a mí. Ana sonreía y se tomó de un golpe su bebida.  

— ¡No seas cobarde! —insistió Ana, con una intensidad que me pareció excesiva. Sus ojos no dejaban de alternar entre mi copa y la puerta—. Carlos ni se va a enterar. No sabes dónde puede estar a esta hora.  

 Algo en su tono me inquietó. Ana nunca había sido tan insistente con el alcohol. Conocía perfectamente que yo apenas bebía.  

— Sabes que no me gusta beber mucho, Ana —dije, pero al ver cómo insistía le di un sorbo—. No me la tomaré de un golpe como tú; jamás podría y lo sabes.  

— De acuerdo. Voy al baño —anunció, consultando su reloj por tercera vez en cinco minutos. Recogió su bolso con movimientos nerviosos—. ¡No te atrevas a irte! Y termínate esa copa, ¿eh? —añadió con una sonrisa que no llegó a sus ojos.  

Me quedé sola en la suite por unos minutos. La música suave del club se mezclaba con el lejano murmullo de la ciudad. Observé la copa de martini, girando el líquido con lentitud mientras suspiraba, tratando de decidirme a beber. Ana tenía razón: Carlos ni siquiera sabía dónde estaba esta noche. Quizá ni siquiera le importaría saberlo.  

 Mi corazón se sentía pesado; cada pensamiento aumentaba el peso en mi pecho. Me sentía realmente sola. Tomé otro pequeño sorbo mientras mis pensamientos iban y venían entre recuerdos de noches felices antes de que las cosas comenzaran a desmoronarse. Miré mi teléfono con la esperanza de ver un mensaje de Carlos, pero nada. Ni una llamada, ni un mensaje. Solo el frío vacío de una pantalla que me hacía recordar lo distante que estaba todo en mi vida últimamente.  

 Volví a mirar por la ventana cuando comencé a sentir un extraño mareo. Apenas había dado dos sorbos de martini cuando la habitación comenzó a girar. Al tiempo que un calor agobiante se extendió por mi cuerpo como fuego líquido, nublando mis pensamientos. Mis piernas flaquearon mientras intentaba levantarme.  

— Ana... algo... algo no está bien conmigo —balbuceé, tratando de llamarla, pero mi amiga ya no estaba allí.  

 Una niebla pesada nublaba mis sentidos mientras un calor insoportable me recorría el cuerpo. Mi mente gritaba que algo andaba terriblemente mal.  

— Ana... —la llamé de nuevo—. Ana, no me siento bien.  

 Todo se volvía más oscuro mientras el calor aumentaba como un volcán interior. Intenté moverme, escapar, pero mis fuerzas se desvanecían rápidamente. Mi mente luchaba por conectar la desaparición de Ana con lo que me estaba sucediendo, pero la confusión me arrastraba hacia un abismo.  

El sonido de la puerta al abrirse me trajo un leve alivio. Pero los pasos que se acercaban, inestables y lentos, me hicieron encogerme. Entrecerré los ojos tratando de ver con mayor claridad. La figura del hombre se recortó contra la luz: alto, elegante, amenazador. Pero lo que más me aterrorizó no fue su presencia, sino la lujuria con que me miraba. Y lo supe, esto había sido cuidadosamente planeado.  

— ¿Quién es usted? —conseguí balbucear, mientras la oscuridad me engullía.

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