114. EL ARREBATO DE RICARDO
VICTORIA:
La habitación se había convertido en una jaula de tensión silenciosa. Ricardo permanecía de pie junto a la puerta, mirándome fijamente mientras yo fingía descansar sobre la cama. El aire entre nosotros se había vuelto denso, casi irrespirable. Sabía que él sospechaba de mí; lo notaba en la forma en que sus ojos seguían cada uno de mis movimientos, en cómo sus dedos tamborileaban nerviosamente contra su muslo. No sabía cómo había aprendido a conocerme tan bien.
Me mantuve quieta, intentando proyectar una calma que estaba lejos de sentir. El mensaje de Matías seguía quemando en mi teléfono. Mis bebés se movían inquietos, percibiendo la tormenta que estaba a punto de desatarse.
Ricardo dio un paso adelante y luego otro. Su rostro, normalmente sereno, mostraba ahora una mezcla de preocupación. El nudo en mi garganta se apretó. No llevábamos suficiente tiempo juntos como para que él pudiera leer mis intenciones tan claramente, incluso antes de que yo misma las admitiera completam