11. EL INICIO DEL JUICIO

VICTORIA:

El aire en la sala del juzgado se sentía pesado, cargado de tensiones y verdades a punto de estallar. Observé a Carlos sentado al otro lado, con esa sonrisa arrogante que tanto había llegado a despreciar. A su lado, Ana, mi supuesta mejor amiga, evitaba deliberadamente mi mirada. La traición tiene cara de mujer, pensé con amargura. El murmullo de la veintena de personas presentes se apagó gradualmente cuando el ujier golpeó tres veces el suelo con su bastón ceremonial.

El secretario judicial, un hombre delgado de cabello canoso, se incorporó con parsimonia. El roce de su toga negra contra la madera creó un susurro que reverberó en el silencio expectante. Se ajustó las gafas con un gesto que denotaba años de práctica y, tras aclararse la garganta, comenzó la letanía oficial:

—En el Juzgado de Primera Instancia número cinco de Madrid, siendo las diez horas del quince de septiembre del dos mil veinticinco, se constituye la sala para la vista del caso doscientos siete del.
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