Situación comprometedora

Erik estaba de pie junto a la ventana de su despacho, mirando el paisaje que se extendía más allá del cristal. Las palabras de la llamada anónima seguían resonando en su cabeza como un eco maldito: “Tú sí tienes una hija, pero nunca la encontrarás.” Sentía una impotencia terrible y una rabia creciente por no saber quién estaba detrás de todo esto ni qué motivos tenía para jugar con su vida de esa manera.

Mientras él se debatía entre la confusión y el dolor, la puerta se abrió con suavidad y Kristen se apareció en el umbral.

—¿Qué ha pasado, Erik? —preguntó Kristen, su voz llena de preocupación—. Te veo… mal

Erik respiró hondo antes de hablar, como si las palabras fueran difíciles de sacar.

—Recibí una llamada anónima… —dijo con un tono grave—. Saben que la niña no es mi hija pero… que sí tengo una hija en algún lugar. Solo que nunca la encontraré.

Kristen se separó un poco para mirarlo a los ojos, su expresión reflejaba incredulidad y alarma.

—¿Eso te dijeron? —susurró, sin apartar la
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