El corazón de Lucas le cayó al estómago.

Todo lo que escuchó después fue un zumbido agudo y constante en sus oídos, como si la realidad hubiese decidido desvanecerse y darle paso a una pesadilla. El comedor se convirtió en una escena lejana, aparentemente irreal. El mundo, su mundo, comenzó a resquebrajarse a su alrededor, ladrillo por ladrillo, sin piedad.

Su mirada se clavó en las manos entrelazadas, en el anillo. El anillo en el dedo de Marfil, y la sonrisa orgullosa de Richard.

El pecho de Lucas se apretó con una fuerza indescriptible. Su respiración se volvió pesada, como si le hubieran colocado un yunque sobre el pecho. No entendía, o no quería entender. Era como si el tiempo se hubiese detenido solo para él, mostrándole con brutal claridad una imagen que no quería ver, que jamás creyó tener que presenciar.

Nadie notó su presencia, nadie… excepto Marfili.

Ella lo vio.

Ella, desde su lugar al lado de Richard, fue la única que giró ligeramente el rostro y lo encontró allí, de pie