Lucas llegó a la casa de Marissa esa noche. Ella lo recibió con una sonrisa cálida y los brazos abiertos, pero él no respondió al abrazo.

Marissa se apartó lentamente y lo miró desconcertada.

—¿Qué pasa, Lucas?

Él mantenía la mirada baja, incapaz de sostenerle los ojos.

—Marissa, tenemos que hablar.

—Está bien... Pero, ¿por qué estás tan serio?

—¿Puedo pasar?

—Claro, pasa.

Ambos caminaron hacia la sala en silencio. Se sentaron en el sofá, uno al lado del otro, con una distancia que no solía existir entre ellos. Entonces, Lucas respiró hondo antes de comenzar a hablar.

—Marissa... tú sabes que yo nunca he querido hacerte daño. Eres una mujer excepcional. Eres inteligente, eres buena, eres sencilla. A pesar de la posición tan alta que ocupas en la sociedad, nunca me miraste por encima del hombro. Me valoraste y me ayudaste a recuperar una autoestima que yo creía perdida. Me hiciste sentir que merezco ser amado.

Marissa frunció ligeramente el ceño.

—¿Por qué me dices esas cosas?

—Porque