—No voy a presionarte —declaró Marfil—. Pero te ruego que lo pienses, porque depende de ti, Lucas. De ti depende si nos damos esta oportunidad. Después de todo lo que hemos vivido… nos lo merecemos.

Lucas no respondió. No podía. Estaba demasiado desorientado, demasiado aturdido, como si acabara de pasar por un huracán de emociones.

Marfil tomó su abrigo, luego buscó la camisa y el saco de Lucas —que ella misma le había quitado— y se los entregó en silencio.

—Es hora de irnos —indicó.

Lucas se vistió sin decir palabra. En el taxi, el camino de regreso fue un silencio profundo. Nadie dijo nada. Él no la miró. Ella tampoco.

El auto se detuvo frente a la gran mansión Fankhauser y Marfil bajó del taxi, pero antes de entrar, se inclinó hacia la ventana y lo miró a los ojos por última vez.

—No lo olvides —articuló—. Nuestro destino está en tus manos. Espero que sepas tomar la decisión correcta.

Y sin esperar respuesta, se dio media vuelta y entró en la casa.

*****

Al día siguiente, Lucas fue