—Claro que es importante, Richard —replicó Marfil con seguridad, dando un paso hacia él—. Entiéndelo. Mira, yo sé que tú me quieres, y yo... siento lo mismo por ti. Pero no puedes actuar así, por impulso, con la cabeza caliente. No tomes decisiones tan apresuradas, tan definitivas. Vamos a encontrar la manera de que tu madre me acepte. Yo voy a esforzarme, voy a ganarme su cariño, su respeto, lo que sea necesario, pero no puedes quedarte sin nada. No puedes tirar todo por la borda por algo que aún puede resolverse. No tomes decisiones drásticas, por favor.Richard la miraba con el ceño fruncido, como si todo lo que ella decía se le clavara en el pecho. Pero Marfil no se detenía. Su voz empezaba a quebrarse, no por emoción sino por el peso de su miedo, por la angustia que le provocaba imaginar un futuro donde él ya no tuviera nada que ofrecerle.—Tú no sabes lo que es la pobreza, Richard. No tienes ni idea. Yo lo viví. Lo conozco, lo llevo marcado en la piel. Y es terrible. Es un monst
Lucas desvió la vista con rapidez, como si al mirar directamente a los ojos de su padre pudiera revelar algo que no estaba listo para confesar.—Bueno… eso es asunto de Richard, papá.Su padre lo observó en silencio unos segundos, con esa mirada que solo un padre puede tener cuando empieza a atar cabos, cuando nota que su hijo quiere cerrar la puerta justo antes de que la conversación tome rumbo hacia la verdad.—¿Pasó algo con Richard? —preguntó con suavidad, pero con la firmeza de quien no se deja engañar por medias respuestas.Lucas frunció el ceño, como si intentara hacerse el confundido, pero su expresión lo delataba.—¿Por qué preguntas eso?—Porque ya no se hablan —respondió su padre—. He notado que están distantes. Tú apenas lo mencionas. No sé qué ocurrió, pero algo cambió. Yo esperaba que tú fueras quien hablara con él. Pensé que podrías averiguar lo que pasó, tal vez él te confiaría quién lo golpeó. Pero ahora noto que ha sucedido algo entre ustedes. Lucas se encogió de ho
El aire de la mañana tenía esa tibieza perezosa que solo se percibe en los días de rutina, cuando todo parece moverse en piloto automático, menos el corazón que guarda una inquietud. Lucas llegó al campus con paso sereno, aunque su mente ya iba a mil, anticipando la prueba que más tarde marcaría un punto de inflexión en su vida.Apenas había cruzado la reja principal cuando sintió unas manos cálidas cubrirle los ojos por detrás. No se asustó, sino que tomó con suavidad aquellas manos y las descendió con una sonrisa, girando el cuerpo con un movimiento lento pero seguro. Frente a él estaba Marissa, con esa expresión traviesa en los labios, ese brillo pícaro que parecía inalterable cuando lo miraba.Sin decir palabra, Lucas la saludó con un beso lleno de ternura, directo a los labios.—¿Cómo amaneciste? —le preguntó él.—Extrañándote —respondió Marissa, dejándose caer suavemente contra su pecho, rodeándolo con los brazos con una naturalidad que ya le pertenecía, como si supiera que ese
Era un día soleado cuando Kisa caminaba por la calle en dirección a la parada de autobús, intentando calmar los nervios que le retumbaban en el pecho. Llevaba puesta una falda elegante y una camisa blanca de vestir, buscando proyectar un aire profesional pero cómodo. En sus manos llevaba una carpeta, con todos sus documentos importantes apretados con fuerza contra su pecho. Cada tanto, sus dedos tamborileaban sobre la cubierta, como si la presión de sostenerla la ayudara a mantenerse enfocada."Mi nombre es Kisa Maidana, tengo 23 años…" murmuraba en voz baja, repasando en su cabeza cómo iba a presentarse. Se repetía una y otra vez sus respuestas, practicando cómo sonaría todo: desde la presentación hasta la explicación de sus habilidades y de por qué creía que podía aportar algo a esa empresa tan distinguida.No se había hecho muchas ilusiones cuando envió su solicitud en el área de "gestión de llamadas" en la prestigiosa empresa automotriz "Fankhauser Aether Motors". Honestamente, pe
Kisa extrajo su celular de su pequeña cartera y sus dedos temblaron un poco mientras marcaba el número de emergencias. Sabía que no podía hacer más por su cuenta, pero tenía claro que no dejaría sola a esa niña ni por un segundo.La mujer se agachó de nuevo y tomó el rostro de la pequeña entre sus manos, secándole las lágrimas con la delicadeza de quien sostiene algo frágil. La niña seguía llorando, su carita estaba roja y húmeda, y los mocos se mezclaban con sus lágrimas.—Hiciste muy bien en pedir ayuda, eres una chica valiente —manifestó Kisa, con una voz suave y tranquilizadora, aunque su pecho aún estaba apretado por la preocupación.La niña sollozó, pero asintió débilmente mientras Kisa seguía limpiándole la cara con cuidado.—Ahora llamaré a alguien para que lleve a tu papá al hospital, ¿está bien? —agregó, acariciándole el cabello para calmarla un poco más.La niña asintió de nuevo con la respiración aún temblorosa, pero empezando a regularse. Kisa finalmente marcó al número y
Los paramédicos comenzaron a trabajar en Royal con rapidez y precisión. Uno de ellos colocó un pulsioxímetro en su dedo para medir la saturación de oxígeno y la frecuencia cardíaca, mientras el otro palpaba la arteria carótida en su cuello para confirmar la presencia de pulso.—Tiene pulso, pero es extremadamente débil. No supera los 40 latidos por minuto —dijo el primero.—Respira, pero la ventilación es superficial. Vamos a colocar oxígeno.Con movimientos rápidos, ajustaron una mascarilla de oxígeno en el rostro de Royal. Mientras tanto, el otro paramédico preparaba un monitor cardíaco. Le colocaron electrodos adhesivos en el pecho, conectando los cables para obtener un electrocardiograma.—Bradicardia severa, podría entrar en paro si no se estabiliza —expuso uno de ellos.Mientras tanto, Kisa observaba todo con nerviosismo. No entendía términos médicos, pero escuchando que su pulso era débil y que podía entrar en paro, era fácil deducir que su situación no era nada buena. Por for
El equipo médico comenzó su trabajo de inmediato, pero las condiciones del paciente parecían cada vez más desconcertantes. La enfermera conectó rápidamente el monitor de signos vitales, esperando al menos ver alguna señal mínima de vida. Pero la pantalla permaneció en blanco, mostrando una línea plana, sin actividad cardíaca. El médico, un hombre experimentado con años de práctica en emergencias, se acercó al paciente con calma, pero su rostro reflejaba la seriedad del momento.—No hay signos vitales —dijo, mientras comenzaba a revisar manualmente las pulsaciones en el cuello y la muñeca del hombre, buscando alguna señal de vida en las arterias principales. Sin embargo, las dos pruebas fueron negativas. Ningún pulso detectable. Por lo tanto, procedió a la reanimación, realizando compresiones torácicas. Sin embargo, no hubo respuesta favorable.El médico suspiró, no sorprendido, pero preocupado por la inusitada rapidez con que el hombre había colapsado. Miró al equipo con una mirada de
Kisa se volvió hacia Coral, que seguía dormida en su regazo, ajena a todo lo que había sucedido. Kisa abrazó más fuerte a la niña, susurrándole palabras de consuelo mientras trataba de encontrar una forma de enfrentar lo que venía.La mujer, aún abrazando a Coral, miró al médico con un aire de incertidumbre mientras trataba de procesar la noticia. Después de un silencio incómodo, en el que solo se oían los suaves suspiros de la niña dormida, el médico habló.—Hemos revisado sus pertenencias. Está identificado, tenemos su documento de identidad y todo está en orden. El problema es que no encontramos ningún número de contacto de emergencia. Su teléfono está bloqueado, no podemos acceder a él, y no hay ningún registro que nos ayude a contactarlos.Kisa asintió, sintiendo un nudo en el estómago. El pensamiento de que el hombre estuviera allí, solo, sin que nadie supiera qué había sucedido, le causaba un profundo malestar. Además, la niña en sus brazos, tan vulnerable, no merecía pasar por