A MERCED DEL DINERO. C149: Lleguemos a una solución.
—Yo era el único imbécil que asumía que tú me querías —continuó Lucas—. Me inventé un mundo entero contigo. Me aferré a gestos, a silencios, a esas miradas que yo creía exclusivas... Pensaba que era el único hombre al que mirabas con dulzura, con ternura.
Y entonces bajó la mirada, como si le doliera contemplarla, como si cada rasgo en su rostro le devolviera la imagen distorsionada de un amor que solo vivía en su cabeza.
—Pero ahora sé que a Richard también lo miras así. Con esa misma suavidad. Con esos mismos ojos de promesa vacía. Sabes fingir tan bien, Marfil, que me impresiona...
Había un temblor en su voz, algo que no era ira ni despecho, sino una tristeza tan honda que parecía haberle nacido en el alma.
—Estás equivocado, Lucas —dijo ella, y por un instante pareció que toda la escena cambiaba de color—. Yo te quiero.
Él se quedó inmóvil. Como si le hubieran arrancado de golpe las paredes de su argumento. Como si aquellas palabras hubieran quebrado algo que ni siquiera sabía que