La luz se filtraba por las pesadas cortinas de seda, y un dolor punzante en la cabeza de Sam la obligó a abrir los ojos. Parpadeó, intentando enfocar el techo, que no reconocía. Un jadeo se escapó de sus labios. ¿Dónde estaba? El pánico la invadió. Su mente, aún nublada por los restos del alcohol, se esforzaba por reconstruir los eventos de la noche anterior. Christian... la discoteca... las copas. Se sentó de golpe, con el corazón martilleando contra sus costillas. Miró a su alrededor. La habitación era de un gusto exquisito, minimalista, con tonos grises y blancos que le daban una sensación de calma, pero también de extraña frialdad. No era la casa de Fabio. Era la de Christian.
Se levantó de la cama, las piernas le temblaban. Un escalofrío de miedo recorrió su cuerpo. ¿Qué había pasado? ¿Christian se había propasado? Se miró. Llevaba el mismo vestido rojo, arrugado y algo descolocado, pero intacto. Suspiró, un alivio que le aflojó los músculos. No había pasado nada. Solo había be